sábado, 13 de marzo de 2021

Información sobre tragedia griega

EL TEATRO GRIEGO


ORÍGENES Y EVOLUCIÓN DEL TEATRO

El teatro en Grecia se ubica en los siglos V A.C. cuando Atenas estaba en su esplendor artístico. Se cree que el teatro griego proviene de los antiguos ritos dionisíacos, dios del vino (Dionisios) que estaba íntimamente involucrado con ciclos naturales.

En estos ritos, los hombres solían disfrazarse de animales con la idea de  parecerse a las divinidades y conseguir algunos beneficios de su poder. Bajo esos disfraces se representaba el espíritu de los bosques y de la vida silvestre.

Dionisos tiene la particularidad de ser el único dios que pasa por todas las edades del hombre. Al principio es un niño, luego un mancebo y muere para volver a la vida, reflejando así los ciclos naturales. De esta manera, su culto tiene una íntima vinculación con la vida y la muerte, y con sus misterios.

Arión organiza estos ritos en forma de coro dramático. Luego el ditirambo (canto a Dionisos) pasó de ser una canción improvisada a ser un himno coral con música y acción mímica. Con el tiempo, el elemento dramático se va desarrollando y el director del coro se convierte en un personaje y dialoga en canciones con el resto del coro.

Esto podría haber quedado estático de esa forma, pero el gusto del público comienza a refinarse. La tragedia ática comenzó en 535 a.C. cuando en el gran festival de Dionisos, Tespis apareció con su coro de “tragodoi” o “cabríos cantores” y presento algo como un drama rudimentario. Esta obra era cantada, como una cantata dramática. La acción era muy sencilla y solo el jefe del coro tenía un papel definido.

Según Aristóteles fue Esquilo quien aumentó el número de actores de uno a dos, disminuyendo la importancia del coro y concedió un primer papel al diálogo. Sófocles aumentó el número a tres, haciendo que la tragedia alcanzara mayor extensión, abandonando la fábula breve y adquiriendo majestad.

DEFINICIÓN DE TRAGEDIA

Según Aristóteles la tragedia es “la imitación de una acción de carácter elevado y completa, dotada de cierta extensión en un lenguaje agradable, llena de bellezas de una especie particular según sus diversas partes, imitación que ha sido hecha o lo es, por personajes en acción, la cual, moviendo a compasión y temor, obra en el espectador la purificación propia de estos estados emotivos”.

Esta purificación del espectador por medio de la tragedia es lo que se dio a conocer como catarsis. Toda acción trágica debe mover a compasión, y para ello, sus protagonistas no deben ser mejor que nosotros, ni peores, sino iguales a nosotros, y caen en una desgracia inmerecida e ineludible. No cae en razón de su maldad, sino como consecuencia de un error que ha cometido, sin malicia, un error a medio camino entre la mala suerte y la injusticia. Es la catarsis el fundamento de la tragedia y lo que la ubica en un entorno didáctico. La tragedia tiene el fin de educar.

Lesky observa, estudiando el hecho trágico que en el mismo se encuentra al radiante héroe, vencedor, ante un fondo oscuro de muerte, que le arrebatará de entre sus alegrías para sumirlo en la nada.

Goethe definía la tragedia de esta forma: “Todo lo trágico se basa en un contraste que no permite salida alguna. Tan pronto como la salida aparece o se hace posible, lo trágico se esfuma”.

Y Chaucer afirmaba, siguiendo el principio aristotélico que la tragedia es un tipo de historia cuyo personaje “que se encontraba en medio de una gran felicidad, cayó de ella en la desgracia y acabó míseramente”.

Investigando sobre cuales son los elementos que sostienen a una tragedia, Lesky menciona seis.

El primero refiere a la caída en desgracia. Lo trágico debe significar la caída desde un mundo ilusorio de seguridad y felicidad en las profundidades de una miseria ineludible. En el fondo trágico está en la lucha del héroe contra su destino, del cual, irremediablemente, saldrá perdiendo.

El segundo pilar de lo trágico está en la catarsis. Esta caída en desgracia tiene un propósito fundamental, el de conmovernos, purificar nuestros estados emotivos por medio de la compasión y el temor, vinculándonos íntimamente con el personaje. La compasión significa “con pasión”, tener la misma pasión con el otro, y a su vez el temor radica en saber que a nosotros también nos puede suceder.

El tercer punto está dado por el sujeto del hecho trágico. La persona envuelta en ese conflicto ineludible debe haberlo aceptado en su conciencia y sufrirlo a sabiendas. El elemento racional en la tragedia griega es crucial, por eso se le da importancia, como fundamento de la misma a lo que se llamó la “anagnórisis” del personaje, que es la revelación, el “darse cuenta”, el “comprenderlo todo”. Esa anagnórisis permite la situación trágica, cuando el personaje comprende que hay fuerzas opuestas que se levantan unas contra otra y el ser humano no encuentra una solución a su conflicto y ve su existencia entregada a la destrucción.

El cuarto elemento a considerar es la falla que según Aristóteles es la forma correcta y eficaz de presentar lo trágico porque la caída desde el prestigio y la felicidad se produce por ella. Este no es un fallo moral ya que el hombre afectado por lo trágico no es moralmente perfecto, ni reprobable, sino que el espectador debe ser testigo de una desgracia inmerecida. Este es un fallo intelectual, de lo que es correcto, un fallo de la inteligencia humana en el embrollo en que se encuentra nuestra vida. Una culpa que no es imputable subjetivamente, pero que objetivamente existe con toda gravedad, es una abominación para los dioses y los hombres, y puede afectar a un país entero.

Y por último, el acontecer trágico debe tener un sentido, debe ser ejemplo moral. La tragedia tiene el propósito de educar.

ELEMENTOS DE LA TRAGEDIA

ESTRUCTURA EXTERNA

En su estructura externa podemos dividir la tragedia en un prólogo, episodio, éxodo y el canto del coro que a su vez de divide en “párodos” y “stásimon”. El prólogo es lo que precede a la entrada del coro. En él puede aparecer un personaje que presenta la situación en lo inmediato.

Luego entra el coro con el párodos y allí se ubica al espectador en hechos muy posteriores que permiten comprender cómo se ha llegado a ella. El coro es la representación del pueblo, y es lo que de ritual queda en la tragedia. Por eso, como dice Hauser, es gracias al coro que se puede unir la política (“polis”, ciudad) con lo ritual. Las siguientes apariciones del coro son los stásimos, que se hayan entre episodio y episodio y cuestionan y comentan la acción de los episodios. El coro será algo así como la “doxa”, la opinión pública. El coro también puede participar de los episodios dialogando, interrogando, cuestionando a alguno de los personajes, y su papel es el de guía del público en los conflictos morales que presenta la obra.

Los episodios son donde se desarrolla la acción con los personajes. Y el éxodo es el final de la obra, es decir su resolución.

ESTRUCTURA INTERNA

La estructura interna tiene como primera instancia un marco en el que se presenta la situación, un nudo en el que se desarrollan los hechos y un desenlace, en el que se resuelven los mismos. Este desenlace está precedido por dos hechos fundamentales: la peripecia y la anagnórisis.

La peripecia es la caída en desgracia del protagonista. Es ese suceso que precipita el desenlace. Es cambio de situación que define a la tragedia. Y la anagnórisis es cuando el personaje, por medio de la acción reflexiva, comprende que ha caído en desgracia.

UNIDADES DE LA TRAGEDIA

Observando las tragedias de su época, Aristóteles haya que las mismas parecen cumplir tres unidades básicas. 

La primera unidad es la de tiempo. Él ve que las tragedias tienen un tiempo ficcional. Toda la acción que se desarrolla en ella no trasciende las veinticuatro horas. Hablamos del tiempo ficcional para referirnos a la acción de la historia. Puede hacerse referencia a hechos pasados, que van explicar el presente, pero la acción del protagonista es la de un día en su vida.

La unidad de acción es otra de las unidades analizadas por el filósofo. Él dice que la tragedia tiene una sola acción entera, y todas las pequeñas acciones que puedan mencionarse en la tragedia están ensambladas de tal manera que si se transpone o se suprime una de ellas queda rota la trama y todo se trastoca.

La última unidad se desprende de las dos anteriores y es la unidad de lugar. Si hay una sola acción, en un solo día, es lógico suponer que todo sucede en un solo lugar.

Trabajo realizado por la Prof. Paola De Nigris
Licencia de Creative Commons
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0 Internacional.

miércoles, 25 de noviembre de 2020

Osvaldo Dragún - Historia del hombre que se convirtió en perro

 Osvaldo Dragún



En relación a la obra "Historias para ser contadas", tomaremos la "Historia del hombre que se convirtió en perro", la última de esas cinco historias. 
Osvaldo Dragún, seguidor de Brecht, plantea un teatro épico, en cual lo dramático se mezcla con lo narrativo, así pues los actores serán además de narradores, personajes. 
Vale aclarar que este autor quiere ahondar el el concepto del trabajo en relación al sistema capitalista, hegemónico en nuestros días, y contraponiéndolo con el concepto de trabajo de Marx, él va criticando la deshumanización de este sistema y la explotación del trabajador a tal punto de dejar de ser un hombre para ser una parte de la cadena productiva. 
El sistema tiene sus trampas, y es por eso que la historia tiene el propósito de concientizar al espectador de aquello que podremos convertirnos si caemos en ellas.
Para ayudar a comprender estos aspectos de la alienación y la deshumanización del trabajo, hemos creado un recurso abierto de aprendizaje que compartiremos en este espacio. Haz click aquí para encontrar el recurso



miércoles, 23 de septiembre de 2020

Información general de la Biblia. Génesis I. Prof. Mingroni

 


Haz click en: Información general. Capítulo I del Génesis.

La información general planteada en este enlace es estrictamente elegida y jerarquizada por la Prof. Sara Mingroni.

Sabemos que el estudio de la Biblia puede realizarse desde diferentes puntos de vista, incluso con diferentes argumentaciones. La Prof. elige la jerarquización y la interpretación de la información desde un punto de vista literario, adecuada a la formación Secundaria, revisando especialmente el Capítulo I del Génesis.

Parábola de Hijo Pródigo. Prof. Sara Mingroni

 


Haz click en: Parábola del Hijo Pródigo. Lucas XV

Este trabajo está realizado por la Prof. Sara Mingroni. Haz "click" en el link superior.

Libro de Génesis - Prof. Sara Mingroni

 


Haz click en: Análisis del Capítulo II y III

Este análisis se puede leer haciendo "click" sobre el link.

viernes, 6 de diciembre de 2019

La caída de Contantinopla

La caída de Constantinopla y la posibilidad de la tragedia


Norma Márquez Puentes.
Estudiante de primer semestre de la licenciatura en letras en la 
Unidad Académica de Letras de la Universidad Autónoma de Zacatecas. 

El propósito de este ensayo es analizar la posibilidad de convertir un texto histórico, "La Caída de Constantinopla, 1453" de Sir Steven Runciman, en una tragedia griega usando los parámetros establecidos por Aristóteles en "La Poética". Cuando se habla del esplendor de los reyes y heroes de la cultura Griega y Romana se recuerda quizá a Leónidas, pero nunca nadie habla de Constantino XI, último rey del imperio Bizantino. ¿Es posible hacer una tragedia griega con la caída del último heredero de los césares de Roma?
Para leer el ensayo haz click aquí

miércoles, 4 de diciembre de 2019

Análisis del Salmo 1

Libro de los Salmos


Análisis realizado por la Prof. Paola De Nigris



Este libro, también llamado Salterio, está formado por las composiciones poéticas del pueblo hebreo, realizadas durante todo el Antiguo Testamento. Cada poema, llamado Salmo, es una unidad en sí misma y refleja las intimidades del alma en una búsqueda de comunicación con Dios. Es por eso que muchas de ellas son oraciones elevadas a Jehová, como alabanza, como ruego, como búsqueda de respuestas a situaciones vividas personales o colectivas.
La mayoría de los salmos se le atribuyen a David, pero hay otros salmos atribuidos a Asaf, a los hijos de Coré, a Salomón, a Moisés, entre otros.
La crítica ha hecho diferentes clasificaciones de los salmos, tal vez la más clara sería:
1. Históricos: que se conectan con algún hecho puntual de la historia de Israel.
2. Mesiánicos: que tratan, en forma figurada, los sufrimientos del Mesías y las glorias posteriores.
3. Proféticos o Milenarios: que señalan el futuro del pueblo de Israel en la tribulación.
4. Penitencial: que recuerda los pecados del salmista y su ruego por perdón.
5. Imprecatorio: que implora a Dios que tome venganza sobre los enemigos de su pueblo.
6. Adoración y Alabanza: que recuerdan y reconocen la condición humana frente a la la misericordia de Dios. Baste decir que la misericordia es el amor de Dios que se ve conmovido a actuar a causa de la miseria del hombre.
Toda la escritura bíblica está escrita en versículos que son, según la Real Academia, divisiones breves o versos de un poema escrito sin rima ni metro fijo, generalmente largo y con una unidad de sentido. Se asocia esta palabra a las Escrituras Sagradas.
Salmo 1
1 Bienaventurado el varón que
no anduvo en consejo de malos,
Ni estuvo en camino de pecadores,
Ni en silla de escarnecedores se ha sentado;
2 Antes en la ley de Jehová está su delicia,
Y en su ley medita de día y de noche.
3 Y será como el árbol plantado junto á arroyos de aguas,
Que da su fruto en su tiempo, Y su hoja no cae;
Y todo lo que hace, prosperará.
4 No así los malos: Sino como el tamo
que arrebata el viento.
5 Por tanto no se levantarán los malos en el juicio,
Ni los pecadores en la congregación de los justos.
6 Porque Jehová conoce el camino de los justos;
Mas la senda de los malos perecerá.
Tema y estructura del Salmo 1
Este salmo está dividido en seis versículos, los primeros tres hablarán del camino de los justos y su recompensa, y los últimos tres del camino de los pecadores y su fin, marcando claramente que existen dos caminos a seguir y que el hombre elige transitar por uno de ellos, pero nunca se puede transitar por los dos a la vez. De allí que la división es clara, y el tema podría encuadrarse en la justicia de Dios. Dios dará al hombre conforme al camino que ha elegido, teniendo cada elección su consecuencia.
Por lo dicho anteriormente, el salmo 1 es el salmo introductorio del libro, porque funda las bases de la moral judaica, siendo su pilar fundamental lo que el Antiguo Testamento llama el “Temor de Dios”, que se traduce en respeto, reverencia, alabanza, reconocimiento y cuidado de sus ordenanzas, reconociendo quién es el hombre y quién es Dios. Este es el principio que separa al justo del pecador, al pío del impío.
No está demás aclarar que el pecador o el impío es aquel que trasgrede la ley de Dios, aquel que no lo respeta, ni lo tiene en cuenta, aquel que no tiene temor de Dios. Para la concepción judeo cristiana, todos los hombres son pecadores, desde el huerto del Edén, cuando decidieron desobedecer la palabra de Dios de no comer del fruto del bien y del mal. Esa decisión llevó a la caída del hombre y todos los que vinieron después de Adán no tienen en el corazón el temor de Dios, sino más bien, tienden, siempre a desobedercerlo. El fundamento del mesianismo, es justamente la aparición de un Mesías que salve al hombre de aquel primer error y lo reconcilie con Dios. Para los Judíos, ese Mesías aún no ha llegado, para los Cristianos, el Mesías es Cristo y con Él es posible la reconciliación con el Padre y la limpieza de todos los pecados.
Pero en el momento que se escriben los salmos, se espera al Mesías, y todo recae en la voluntad del hombre de no dejarse llevar por el camino de los pecadores.
El justo: versículos 1 - 3
1 Bienaventurado el varón que
no anduvo en consejo de malos,
Ni estuvo en camino de pecadores,
Ni en silla de escarnecedores se ha sentado;
El poema comienza con la palabra “bienaventurado” que en otras versiones se traduce como “felices”. Esta palabra se utiliza también en el Nuevo Testamento, cuando Cristo en el Sermón del Monte habla de las conocidas “bienaventuranzas” (Mateo 5). También se utiliza esta palabra en varios proverbios. El término se refiere a la prosperidad o felicidad que percibe quien es favorecido por alguien superior, aunque no siempre se la asocia con la felicidad. Por ejemplo en Job 5:17-18 se habla del hombre bienaventurado porque recibe el castigo de Dios y no menosprecia su corrección. 
En sí, ser “bienaventurado” tiene que ver con ser bendecido por Dios, tener una “buena ventura”, aún cuando sea para castigo o para socorro, siempre es bueno andar por el camino de los justos, es por ello que el salmo comienza asegurando la promesa de su presencia siempre que el hombre no elija caminar por la senda de los perversos.
Este versículo está estructurado a partir de un paralelismo. Esta es una figura literaria que consiste en la utilización de expresiones que se encadenan a través del sentido, pero que se dividen en hemistiquios. Existen varios tipos de paralelismos. Los más conocidos son tres: sinonímico, antitético y sintético. El primero utiliza expresiones sinónimas repitiendo la idea con diferentes palabras. El segundo utiliza dos ideas que se oponen. El tercero utiliza ideas que se van complementando. En este caso, a pesar de la proliferación de las conjunciones negativas (“no… ni”), nos encontramos ante un paralelismo sintético, pero a través de una antítesis. Se define al varón justo, pero no se lo hace a través de lo que debería hacer, sino en relación a lo que no haría. En esa enumeración de lo que no corresponde a un justo es que cobra sentido el paralelismo sintético, porque cada idea va a complementar la anterior.
Observemos la forma en que se define al varón justo. En primer lugar no se deja llevar por el “consejo de malos”, no presta su oído a escuchar cosas que encierran maldad, no piensa en hacer el mal, en vengarse o en desearle el mal a otros. Elije separarse cerrando sus oídos y su entendimiento a aquello que sería un daño para otros. Este es un mandamiento moral, que comienza con algo tan tímido como ser prestar el oído y considerar aquello que haría daño.
Pero en la segunda idea ya no habla solo de oír, sino de caminar con los pecadores. Esto implica una acción más comprometida por parte de quien prestó su oído. Es como si fuera la consecuencia obvia de quien escuchó y consideró a las palabras perversas del injusto o impío. Por ello es un paralelismo sintético, porque ya no solo escucha sino que anda con él. El justo cierra sus oídos y elige un camino diferente.
La tercera idea es mayor aún que las anteriores, porque ya no sólo oyó y caminó, sino que se sentó, se quedó cómodamente con aquellos que suelen burlarse, por eso “escarnecedores”, de los otros, pero también de Dios, que se concibe en esta cultura como el creador de todas las cosas. Así pues también del hombre. Elige morar, sentarse, compartir el pan, la mesa, de aquellos que se burlan de la ley divina. Por lo tanto, cuando al principio hablábamos de la falta de temor de Dios, nos referíamos a esto mismo, el impío no tiene respeto por el otro, por lo tanto tampoco lo tendrá para con Jehová.
Los verbos que utiliza este paralelismo “anduvo”, “estuvo”, “se ha sentado” muestran una enumeración progresiva de aquel que ha torcido su camino, yéndose por la senda equivocada. El justo, por tener el temor de Dios, tendrá la sabiduría para no hacer esas cosas que el salmo advierte desde su primer versículo.
2 Antes en la ley de Jehová está su delicia,
Y en su ley medita de día y de noche.
El justo, que se aparta del camino de los pecadores, es ahora definido por sus acciones positivas, por eso se utiliza el adverbio “antes”, por sobre todas las cosas, en primer lugar, elije y su elección es la ley de Jehová. Su accionar, antitético al del versículo 1 (contrario) es meditar siempre en la palabra de Dios que es para el salmista su delicia. Utilizando una sinestecia, si se quiere, el salmista asocia la ley, que sería algo que entra por el oir o el ver y lo vincula con una palabra relacionada con el gusto, dando a entender que la ley de Dios no sólo se lee o se escucha, sino que también se saborea y forma parte del accionar cotidiano del hombre. Es por ello que el salmista “medita de día y de noche”, una nueva antítesis que cierra el ciclo, dejando en claro que esa ley es disfrutada constantemente por él, y justamente esa la garantía de andar por el camino recto.
3 Y será como el árbol plantado junto á arroyos de aguas,
Que da su fruto en su tiempo, Y su hoja no cae;
Y todo lo que hace, prosperará.
El último versículo de la descripción del varón recto termina con una imagen que da cuenta de la promesa que tiene quien elige caminar por esa senda. La imagen se presenta en forma de comparación, de allí el nexo “como”. El varón recto, limpio, temeroso de Dios será como el árbol, y a partir de un nuevo paralelismo sintético, el salmista va construyendo la imagen de este árbol, frondoso, sano, bien plantado, porque está jundo al arroyo. El agua, símbolo de vida, es también símbolo de la palabra de Dios en múltiples pasajes de la Biblia. Así pues crecerá sano, fuerte y arraigado porque está alimentado de la palabra en la que medita día y noche.
Este árbol, no solo tendrá estas características que ya son buenas para él, sino también dará “fruto en su tiempo”, es decir que será fértil, que alimentará a otros, que será útil para otros. Pensemos que el camino de los malos, en el versículo 1, era el de burlarse de los otros, pensar mal de ellos, en cambio en esta imagen hay vida que ayuda a sostener a otras vidas, las alimenta.
Y termina con una promesa “su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará”. No hay corrupción y muerte para ese árbol, sino que será perpetuamente un aliento para todos los que bajo su sombra se amparen. No pasará por la desprotección del invierno, figura de los momentos hostiles, sino que siempre estará próspero, siempre estará así porque está alimentando sus raíces con las aguas de vida, figura de la ley de Jehová. Antes habíamos visto que la palabra “bienaventurado” no solo se refería al bien, también puede asociarse a momentos difíciles. La bienaventuranza no es la felicidad ni la prosperidad humana, sino el saber que Jehová está con el justo siempre, así pues no importa las circunstancias, nada hará mover o caer a ese árbol.
El pecador: versículos 4 – 6
4 No así los malos: Sino como el tamo
que arrebata el viento.
En el versículo 4 aparece la figura de los malos, en plural, encontraposición al varón justo en singular. Esto nos muestra, en principio, que la elección del varón justo, siempre será solitaria, mientras que la de los pecadores parece siempre estar llena de gente, tal vez ese es el precio de la separación. Al justo se lo empezó definiéndose por lo que no hacía y se lo terminó comparándo con la imagen del árbol fuertemente arraigado, ahora se comienza a definir a los pecadores por una imagen antitética a la anterior y se terminará por lo que no harán los pecadores.
La imagen que se utiliza es el “tamo” que según la Real Academia es “polvo o paja muy menuda de varias semillas trilladas”. Podemos ver la antítesis entre la grandeza del árbol del versículo anterior, y la pequeñez de esta imagen con que se define a los impíos. Ellos son insignificantes, aunque se burlen y maltraten de hecho o de pensamiento a los otros. Lo son porque van por el camino torcido y porque desprecian la ley de Jehová, burlándose también de ella. No hay en ellos vida, son “semillas trilladas”, infértiles ya, que se dejan llevar de un lugar a otro, y que no llevarán nada bueno, ningún fruto que alimentar a otros. Son representaciones de la muerte, aunque estén en movimiento por fuerzas que ni siquiera controlan, como ser el viento.
Podemos pensar en la contraposición de las imágenes y mientras una está quieta y útil, la otra se mueve pero es inútil, y ni siquiera se mueve por su propia voluntad.
5 Por tanto no se levantarán los malos en el juicio,
Ni los pecadores en la congregación de los justos.
Luego de presentada esta penosa imagen de los pecadores, el salmista, en forma quiásmica (estructura de espejo) comienza a decir lo que no podrán hacer estos hombres. Para entender la figura del quiasmo, tenemos que pensar en la estructura de espejo: ab/ba, si decimos que “a” es lo que no será y “b” lo que será, podemos ver como el versículo 1 es “a”, el 2 y 3 es “b”; y en relación a los malos, el versículo 4 es “b” y el 5 “a”; así pues, la estructura queda ab/ba.
Los malos no tendrán lugar en el lugar de los justos. La brecha que los separa se agranda. No estarán en el juicio de ellos, no tendrán parte ni voz en el lugar en que se congregan, se juntan, se hermanan los varones de recto camino. Aquellos que trasgreden la ley de Dios, no tendrán parte en la justicia divina. Por eso decíamos que el tema del salmo no sólo era el camino que se escogía, sino la justicia de Dios, que no permitirá que los impíos se mezclen con el hombre que se ha esforzado por deleitarse día y noche en su palabra, teniendo temor de Dios.
6 Porque Jehová conoce el camino de los justos;
Mas la senda de los malos perecerá.
Por esta razón el salmo culmina con un versículo 6 que lo resume todo. Dios, por encima del hombre, tiene la cualidad de ser omnisciente, es decir, lo conoce todo, conoce el camino de los píos y de los impíos, y como por sobre toda las cosas es justo, hará justicia ante uno u otro. Dará a cada quien lo que merece conforme a su elección. Así pues, el salmo termina, no sólo confirmando la promesa para los justos, sino también condenando a los injustos. Estos perecerán, morirán. Para el hombre, la justicia es un tema difícil y doloroso. En este salmo, el salmista pone el tema en manos de Dios, confiando plenamente en su justicia, sabiendo que él conoce todas las cosas.

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lunes, 18 de noviembre de 2019

Shakespeare. Romeo y Julieta


                                      Amor o pasión



Cinthya Guadalupe Vargas de la Rosa. 
Universidad Autónoma de Zacatecas, Licenciatura en letras, 
Alberto Ortiz y Mónica Muñoz, Zacatecas, México.

¿Cuántas veces has escuchado hablar de Romeo y Julieta presagiando esa hermosa historia de amor que los envuelve? ¿Cuántas veces se ha mencionado que ellos no son la regla, sino la excepción? Te demostraré que esa idea que tienes sobre el amor es totalmente falsa, tu percepción cambiará cuando te cuente la verdadera trama de la obra; ¡averígualo! No sólo conocerás la intención con que se escribió la obra, también encontrarás las maneras tan equívocas en que se representa el amor.
Para acceder al trabajo, haz click aquí.

martes, 7 de marzo de 2017

El caballito de madera - D. H. Lawrence



El caballito de madera - D. H. Lawrence

Era una mujer hermosa, que había empezado con todas las ventajas que puede deparar la vida, y que, sin embargo, no tuvo suerte. Se casó por amor, y el amor se redujo a polvo.
Tuvo hermosos hijos, pero llegó a creer que le habían sido impuestos, y no pudo amarlos. Ellos la miraban con frialdad, como si la encontraran culpable. Y bien pronto ella sintió que debía ocultar alguna falta. Sin embargo, nunca supo cuál era esa culpa que debía ocultar. Pero cuando sus hijos estaban presentes, sentía endurecérsele el centro del corazón. Esto la inquietaba, y en su inquietud trataba de mostrarse afectuosa y solícita con ellos, como si los quisiera mucho. Sólo ella sabía que en el centro de su corazón había un lugarcito duro que no podía sentir amor, que no podía amar a nadie. Todos decían: "Es una buena madre.
Adora a sus hijos". Sólo ella y sus mismos hijos sabían que no era así. Leían la verdad en sus miradas.
Tenía un varón y dos niñas. Vivían en una casa agradable, con jardín, con criados discretos, y se sentían superiores a todos los vecinos.
Pero, aunque guardaban las apariencias, reinaba siempre en la casa cierta ansiedad.
El dinero nunca era suficiente. La madre tenía una pequeña renta, y el padre tenía una pequeña renta, mas no bastaban para conservar la posición social que debían mantener.
El padre trabajaba en una oficina de la ciudad. Tenía buenas perspectivas, pero esas perspectivas nunca se materializaban. Y aunque conservaran las apariencias, persistía siempre la punzante sensación de la escasez de dinero.
Por fin dijo la madre:
-Veré si yo puedo hacer algo.
Pero no sabía por dónde empezar. Se devanó los sesos, probó esto y aquello sin encontrar nada eficaz. El fracaso grabó profundos surcos en su rostro. Sus hijos crecían, pronto tendrían que ir a la escuela. Hacía falta dinero, más dinero. Parecía que el padre, siempre muy elegante y dispendioso en la satisfacción de sus gustos, nunca podría hacer nada que valiese la pena. Y la madre, que tenía mucha fe en sí misma, no logró mejores resultados y además era tan derrochadora como el padre.
Y así fue como penetró en la casa aquella frase tácita: ¡Hace falta más dinero! ¡Hace falta más dinero! Los niños la oían permanentemente, aunque nadie la pronunciaba en alta voz. La oían en la Navidad, cuando los costosos y espléndidos juguetes llenaban su cuarto. Detrás del reluciente caballito de madera, detrás de la elegante casa de muñecas, una voz, de pronto, empezaba a susurrar: "¡Hace falta más dinero! ¡Hace falta más dinero!" Y los niños se interrumpían en sus juegos, para escuchar la voz. Se miraban a los ojos, para comprobar si todos la habían oído. Y cada uno veía en los ojos de los otros dos que también habían oído. "¡Hace falta más dinero! ¡Hace falta más dinero!"
Las palabras brotaban en un susurro de los resortes del caballito de madera, que aún no había dejado de mecerse, y también el caballo las oía, bajando la cabeza de madera. Y la muñeca grande, tan rosada y presumida en su cochecito nuevo, la oía con toda claridad, y al oírla parecía acentuar su sonrisa de afectación. Y aún el perrito bobo, que ocupaba el lugar del oso de paño, tenía ahora una expresión tan extraordinaria de bobería por la sola razón de que acababa de oír el secreto murmullo que inundaba la casa: "¡Hace falta más dinero!"
Sin embargo, nadie lo decía en voz alta. El rumor estaba en todas partes, y por lo tanto nadie lo formulaba abiertamente, así como nadie dice: "Estamos respirando", a pesar de que lo hacemos sin cesar.
-Mamá -dijo el niño Paul un día-, ¿por qué no tenemos automóvil propio? ¿Por qué usamos siempre el de tío, o un taxímetro?
-Porque somos los parientes pobres -dijo la madre.
-¿Y por qué somos los parientes pobres, mamá?
-Bueno... -dijo la madre con lentitud y amargura-, supongo que es porque tu padre no tiene suerte.
El niño estuvo un rato silencioso.
-¿La suerte es dinero, mamá? -preguntó al fin con cierta timidez.
-¡No, Paul! No es exactamente lo mismo. La suerte es lo que hace que uno tenga dinero.
-¡Oh! -dijo Paul vagamente-. Yo pensé que cuando tío Oscar decía "sucio lucro" quería decir dinero.
-Lucro quiere decir dinero -dijo la madre. Pero es lucro, y no suerte.
-¡Oh! -exclamó el niño-. Entonces, ¿qué es la suerte, mamá?
-Es lo que hace que uno tenga dinero -repitió la madre-. Si tienes suerte, tienes dinero. Por eso es mejor nacer con suerte que nacer rico. Si eres rico, puedes perder tu dinero. Pero si tienes suerte, siempre ganarás más dinero.
-¡Oh! ¿De veras? ¿Y papá no tiene suerte?
-No, para nada -respondió ella amargamente.
El niño la miró con expresión vacilante.
-¿Por qué? -preguntó.
-No sé. Nadie sabe por qué algunos tienen suerte y otros no.
-¿No? ¿Nadie sabe? ¿No hay nadie que sepa?
-¡Quizá lo sepa Dios! Pero Él nunca lo dice.
-Oh, pero debería decirlo. ¿Y tú tampoco tienes suerte, mamá?
-No puedo tenerla, porque estoy casada con un hombre sin suerte.
-¿Pero tú misma, no tienes suerte?
-Solía creer que sí, antes de casarme. Pero ahora veo que soy muy desafortunada.
-¿Por qué?
-¡Bueno, basta de preguntas! Quizá no sea desafortunada en realidad...
El niño la miró para ver si lo decía en serio. Pero vio, por la expresión de su boca, que estaba tratando de ocultarle algo.
-Bueno, de todas maneras -dijo con obstinación-, yo soy una persona de suerte.
-¿Por qué? -preguntó su madre echándose a reír. Él la miró. Ni siquiera sabía por qué había afirmado eso.
-Me lo dijo Dios -repuso, no queriendo dar el brazo a torcer.
-¡Ojalá sea así, querido! -contestó la madre, riendo nuevamente, pero con cierto resentimiento.
-¡Es cierto, mamá!
-¡Excelente! -dijo la madre, recurriendo a una de las exclamaciones favoritas de su marido.
El niño vio que no le creía; o más bien, que no hacía caso de sus afirmaciones. Esto lo irritó. Deseó poder obligarla a que le prestara atención.
Se marchó, solo, vaga la expresión, pueril el andar, buscando la clave de la suerte. Absorto, sin reparar en los demás, iba y venía con una especie de cautela, buscando interiormente la suerte. Quería encontrar la suerte, quería encontrarla. Cuando las dos niñas jugaban a las muñecas, en el cuarto de juegos, él montaba en su gran caballo de madera y se lanzaba al espacio en una acometida salvaje, con tal frenesí que sus hermanas lo espiaban con inquietud. Impetuoso galopaba el caballo, tremolaban los cabellos oscuros y ondulados del niño y había en sus ojos un extraño fulgor. Las chiquillas no se atrevían a hablarle.
Cuando llegaba al término cíe su alocado viaje, echaba pie a tierra y se plantaba ante el caballo de madera, contemplando fijamente su cabeza gacha. La boca roja del animal estaba levemente abierta, y sus grandes ojos tenían un resplandor vidrioso.
-¡Vamos! -ordenaba quedamente al fogoso corcel-. ¡Llévame a donde está la suerte! ¡Anda, llévame!
Y azotaba al caballo en el pescuezo con la fusta que le había pedido al tío Oscar. Sabía que el animal, si él lo obligaba, lo llevaría a donde estaba la suerte. Montaba entonces de nuevo y reanudaba su furioso galope, con el deseo y la certeza de llegar, por fin, a donde estaba la suerte.
-¡Romperás el caballo, Paul! -decía la institutriz.
-¡Siempre cabalga así! -añadía Joan, su hermana mayor-. ¿Por qué no se queda tranquilo?
Pero él se limitaba a mirarlas con furia y en silencio. La institutriz desistió de corregirlo. Imposible sacar nada de él. Y al fin y al cabo, ya se estaba poniendo demasiado grande para que ella lo cuidara.
Un día su madre y su tío Oscar entraron en mitad de uno de sus furiosos galopes.
El chico no les dirigió la palabra.
-¡Hola, mi pequeño jinete! -dijo el tío-. ¿Corres una carrera?
-¿No eres demasiado grande para un caballito de madera? Ya no eres una criatura -dijo su madre.
Pero Paul se contentó con mirarla, irritado, con sus ojos azules, grandes y más bien hundidos.
No quería hablar con nadie cuando estaba en plena carrera. Su madre lo observó con expresión ansiosa.
Por fin, bruscamente, el niño dejó de espolear el mecánico galope del caballo y se deslizó a tierra.
-¡Bueno, llegué! -anunció impetuosamente, con los ojos azules todavía relucientes, bien separadas las piernas largas y robustas.
-¿Adónde llegaste? -preguntó su madre.
-A donde quería llegar -replicó.
-Muy bien, hijo -aprobó el tío Oscar-. Nunca hay que detenerse antes de llegar a la meta. ¿Cómo se llama el caballo?
-No tiene nombre.
-¿Se las arregla sin un nombre? -preguntó el tío.
-Bueno, tiene varios nombres. La semana pasada se llamaba Sansovino.
-Sansovino, ¿eh? El ganador del Ascot. ¿Cómo conocías su nombre?
-Siempre habla de carreras de caballos con Bassett -dijo Joan.
El tío se quedó encantado al descubrir que su sobrinito estaba al tanto de todas las noticias referentes a las carreras. Bassett, el joven jardinero -que había sido herido en un pie durante la guerra y había obtenido su actual empleo por recomendación de Oscar Cresswell, su antiguo patrón- era un verdadero perito en cosas del "turf". Vivía en la atmósfera de las carreras, y el niño con él.
Oscar Cresswell lo supo todo por medio de Bassett.
-El niño Paul viene y me pregunta, y yo no tengo más remedio que contestarle, señor -dijo Bassett con expresión terriblemente seria, como si hablara de temas religiosos.
-¿Y alguna vez apuesta algo al caballo que se le ha ocurrido?
-Bueno... yo no quisiera delatarlo. Es un jovencito muy discreto, un buen camarada, señor. Preferiría que se lo preguntase usted mismo. En cierto modo le produce placer nuestro secreto y -con perdón de usted- quizá pensaría que yo lo he traicionado.
Bassett estaba tan serio que parecía en misa.
El tío fue a buscar al sobrino y lo llevó a dar una vuelta en su automóvil.
-Dime, Paul -le preguntó-, ¿alguna vez apuestas algo a un caballo?
El niño observó atentamente a su tío.
-¿Por qué? ¿Crees que no debería hacerlo? -replicó, poniéndose en guardia.
-¡No, nada de eso! Pero se me ocurrió que tal vez podrías darme un "dato" para el Lincoln.
El automóvil se internaba en la campiña, en dirección a la casa que tenía en Hampshire el tío Oscar.
-¿De veras? -preguntó el sobrino.
-¡De veras, hijo! -replicó el tío.
-Bueno, entonces, juégale a Daffodil.
-¡Daffodil! No creo que gane. ¿Qué me dices de Mirza?
-Sólo sé cuál será el ganador -dijo el niño. Y el ganador será Daffodil.
-¿Daffodil, eh?
Hubo una pausa. Daffodil era un caballo relativamente mediocre.
-¡Tío!
-¿Sí, hijo?
-No lo dirás a nadie, ¿verdad? Se lo he prometido a Bassett.
-¡Al diablo con Bassett, hombre! ¿Qué tiene que ver él con esto?
-¡Somos socios! ¡Hemos sido socios desde el primer momento! Tío, él me prestó los primeros cinco chelines, y los perdí. Y yo le prometí, bajo palabra de honor, que esto quedaría entre nosotros. Pero entonces tú me diste ese billete de diez chelines, con el que empecé a ganar, y pensé que tú tenías suerte. Pero no lo dirás a nadie, ¿verdad?
El niño miró a su tío con aquellos ojos enormes, ardientes, azules, que parecían demasiado juntos. El tío se encogió de hombros y se echó a reír, incómodo.
-¡Quédate tranquilo, muchacho! No diré nada a nadie. ¿Daffodil, eh? ¿Cuánto piensas apostarle?
-Todo menos veinte libras -dijo el chico-. Las mantengo en reserva.
El tío pensó que era un buen chiste.
-¿Así que mantienes veinte libras en reserva, joven embustero? ¿Y cuánto apuestas?
-Trescientas -dijo gravemente el chico-. Pero esto queda entre tú y yo, tío Oscar. ¿Palabra de honor?
El tío lanzó una carcajada.
-Pierde cuidado, mi pequeño Nat Gould -contestó sin cesar de reír-, te guardaré el secreto. ¿Pero dónde están tus trescientas libras?
-Las tiene Bassett. Somos socios.
-¡Ah, ya veo! ¿Y cuánto apostará Bassett a Daffodil?
-No creo que le juegue tanto como yo. Ciento cincuenta quizá.
-¿Ciento cincuenta peniques? -dijo el tío en son de broma.
-No, ciento cincuenta libras -repuso el muchacho mirando a su tío con sorpresa-. Bassett se queda con una reserva más grande que yo.
Entre divertido e intrigado, el tío Oscar guardó silencio. No volvió sobre el tema, pero decidió llevar a su sobrino a las carreras de Lincoln.
-Bueno, muchacho -le dijo-, yo apostaré veinte libras a Mirza, y cinco para ti al caballo que elijas. ¿Cuál te gusta?
-¡Daffodil, tío!
-¡No, no te pierdas esas cinco libras apostándolas a Daffodil!
-Es lo que yo haría si el dinero fuese mío -dijo el niño.
-¡Bien! ¡Bien! ¡Razón tienes! Diez libras a Daffodil, cinco para ti y cinco para mí.
El niño nunca había visto carreras. Sus ojos eran llamitas azules. Su boca estaba tensa. Delante de él había un francés que había apostado a Lancelot. Frenético, subía y bajaba los brazos, gritando con su acento francés: -"¡Lancelot! ¡Lancelot!"
Daffodil llegó primero, Lancelot segundo, Mirza tercero. El niño, a pesar de su sonrojo y sus ojos incandescentes,estaba extrañamente sereno. Su tío le trajo cinco billetes de cinco libras. El caballo había pagado a razón de cuatro a uno.
-¿Qué hago con ellos? -preguntó, agitándolos ante los ojos del muchacho.
-Creo que tendremos que hablar con Bassett -repuso el chico-. Si no me equivoco, ahora tengo mil quinientas libras; y veinte de reserva; y estas veinte.
Su tío lo observó unos instantes.
-¡Vamos, muchacho! -exclamó-. ¿En serio pretendes que Bassett tiene mil quinientas libras tuyas?
-Sí, es en serio. ¡Pero no lo digas a nadie! ¿Palabra de honor?
-¡Palabra de honor, sí, amiguito! Pero debo hablar con Bassett.
Si quieres, tío, puedes ser nuestro socio. Pero deberás prometer, bajo palabra de honor, que no dirás nada a nadie. Bassett y yo tenemos suerte, y tú también debes tenerla, porque fue con tus diez chelines que empecé a ganar...
El tío Oscar se llevó a Bassett y a Paul a pasar la tarde en Richmond Park, y allí conversaron.
-Yo le diré cómo fue, señor -dijo Bassett-. Al niño Paul le gustaba hacerme hablar de carreras, contarle anécdotas... en fin, señor, usted sabe lo que son esas cosas. Y siempre tenía interés por saber si yo había ganado o perdido. Hará un año, me pidió que le apostara cinco chelines a Blush of Dawn; y perdimos. Después, con esos diez chelines que le regaló usted, se nos dio vuelta la suerte y en general nos ha sido bastante favorable. ¿Qué piensa usted, niño Paul?
-Todo va muy bien cuando estamos seguros -dijo Paul-. Pero cuando no estamos del todo seguros, solemos perder.
-Sí, pero entonces tenemos cuidado -dijo Bassett.
-¿Y cuándo están seguros? -preguntó, sonriendo, el tío Oscar.
-Es el niño Paul, señor -dijo Bassett con voz secreta, religiosa-. Es como si recibiera un aviso del cielo. Ya vio usted lo que pasó con Daffodil. Ése era cien por cien seguro.
-¿Tú apostaste a Daffodil? -preguntó Oscar Cresswell.
-Sí, señor. Hice mi ganancia.
-¿Y mi sobrino?
Bassett miró a Paul y guardó obstinado silencio.
-Yo gané mil doscientas libras, ¿verdad, Bassett? Le dije a tío que había apostado trescientas a Daffodil.
-Eso es -asintió Bassett.
-Pero, ¿dónde está el dinero? -preguntó el tío.
-Lo tengo yo, señor, bien guardado. El niño Paul puede pedírmelo cuando quiera.
-¿Mil quinientas libras?
-¡Mil quinientas veinte! Es decir, mil quinientas cuarenta, con las veinte que ganó en el hipódromo.
-¡Es asombroso! -dijo el tío.
-Si el niño Paul le ofrece entrar en la sociedad, señor, yo en su lugar aceptaría; con perdón de usted.
Oscar Cresswell reflexionó. -Quiero ver el dinero -dijo.
Los condujo a la casa, y poco después Bassett regresaba al invernadero donde lo esperaba Oscar Cresswell trayendo mil quinientas libras en billetes. Las veinte libras restantes las había dejado a Joe Glee, en el depósito de la comisión de carreras.
-Ya ves, tío -dijo el niño-, que todo marcha muy bien cuando yo estoy seguro. Entonces jugamos fuerte, todo lo que tenemos. ¿No es así, Bassett?
-Así es, niño.
-¿Y cuándo estás seguro? -preguntó el tío, echándose a reír.
-Oh, bueno, a veces estoy absolutamente seguro, como en el caso de Daffodil -dijo el niño-, y a veces tengo una corazonada; otras, ni siquiera eso, ¿no es verdad, Bassett? Entonces tenemos cuidado, porque la mayoría de las veces perdemos.
-¡Oh, ya veo! Y cuando estás seguro, como en el caso de Daffodil, ¿por qué estás tan seguro, hijo mío?
-Oh, bueno, no lo sé -respondió el niño, turbado-. Estoy seguro, tío, pero eso es todo.
-Es como si recibiera un aviso divino, señor -reiteró Bassett.
-¿Será posible? -dijo el tío.
Pero ingresó en la sociedad. Y cuando se acercaba el premio Leger, Paul se sintió "seguro" de que ganaría Lively Spark, caballo de escasos antecedentes. Paul insistió en apostarle mil libras. Bassett le jugó quinientas y Oscar Cresswell doscientas.
Lively Spark ganó y pagó a razón de diez a uno. Paul había ganado diez mil libras.
-Ya ves -dijo-, yo estaba absolutamente seguro. El mismo Oscar Cresswell había ganado dos mil libras.
-Mira, muchacho -le dijo-, esta clase de cosas me ponen un poco nervioso.
-¿Por qué, tío? Quizá no volveré a estar seguro durante mucho tiempo.
-Pero, ¿qué vas a hacer con el dinero?
-Empecé a jugar por causa de mamá -repuso el niño-. Ella dijo que no tenía suerte, porque papá no la tenía, y entonces pensé que si yo tenía suerte, quizá dejaría de susurrar.
-¿Quién dejaría de susurrar?
-¡Nuestra casa! Odio nuestra casa porque nunca deja de susurrar.
-¿Qué susurra?
-Bueno... pues... -vaciló el chico-... a decir verdad, no estoy seguro, pero tú sabes, tío, que siempre falta dinero.
-Lo sé, hijo, lo sé.
-¿Y sabes, tío, que mamá siempre tiene algún vencimiento, verdad?
-Me temo que sí.
-Y entonces la casa empieza a susurrar, y parece que hubiera alguien que se ríe de nosotros a espaldas de nosotros. ¡Es terrible! Y yo pensé que si tenía suerte...
-¿Podrías terminar con eso, verdad? -concluyó el tío.
El niño lo miró con sus grandes ojos azules, que traslucían un fuego frío y misterioso, pero no dijo nada.
-¡Bueno! -dijo el tío-. ¿Qué hacemos?
-No quiero que mi madre sepa que tengo suerte -dijo el chico.
-¿Por qué no?
-Porque no me lo permitiría.
-Me parece que te equivocas.
-¡Oh! -exclamó el chico, agitándose extrañamente-. No quiero que ella lo sepa, tío.
-¡Está bien, hijo! Lo arreglaremos todo de manera que ella no lo sepa.
Y en efecto, lo arreglaron con suma facilidad. Paul, a sugerencia de su tío, le entregó cinco mil libras; éste las puso en manos del abogado de la familia, quien debía informar a la madre de Paul que un pariente suyo le había entregado ese dinero, con la orden de pagarle mil libras anuales, el día de su cumpleaños, durante los cinco años subsiguientes.
-De ese modo -dijo el tío Oscar- ella recibirá un regalo de cumpleaños de mil libras durante los cinco años próximos. Espero que eso no le haga la vida dura después, cuando deje de recibirlas.
La madre de Paul cumplía años en noviembre. La casa había estado "susurrando" más que nunca en los últimos tiempos, y a pesar de su suerte, Paul no podía hacerle frente. Estaba ansioso por ver el efecto que causaría, el día del cumpleaños de su madre, la carta con la noticia referente a las mil libras.
Cuando no había visitas, Paul comía con sus padres. Ya se había sustraído a la jurisdicción de la institutriz. Su madre iba al "centro" casi todos los días. Había redescubierto su vieja habilidad para dibujar telas y pieles, y trabajaba secretamente en el estudio de una amiga, que era la "artista" más destacada de las principales modistas. Dibujaba para los anuncios periodísticos figurines de damas ataviadas con pieles y sedas. Aquella joven artista ganaba varios millares de libras al año, pero la madre de Paul sólo pudo ganar unos centenares, y nuevamente se sintió insatisfecha. Tenía tantos deseos de sobresalir en algo, y no podía conseguirlo... ni siquiera dibujando anuncios de modas.
La mañana de su cumpleaños bajó a tomar el desayuno. Paul escrutó su rostro mientras leía las cartas. Él sabía cuál era la del abogado. Advirtió que a medida que su madre la leía, su rostro se volvía duro e inexpresivo. Después un gesto frío y decidido asomó a sus labios. Ocultó la carta bajo las demás, y no dijo nada.
-¿No recibiste nada agradable para tu cumpleaños, mamá? -preguntó Paul.
-Sí, algo bastante agradable -respondió ella con su voz fría y ausente.
Y se fue al centro sin añadir palabra.
Pero por la tarde vino el tío Oscar. Dijo que la madre de Paul había celebrado una larga entrevista con su abogado, preguntándole si podía adelantarle en seguida la totalidad del dinero, pues estaba en deuda.
-¿Tú qué piensas, tío? -dijo el chico.
-Es cosa tuya, hijo.
-¡Oh, entonces dale el dinero! Con lo que nos queda podemos ganar más.
-Mas vale pájaro en mano que ciento volando, amigo mío -dijo el tío Oscar.
-Oh, pero sin duda yo sabré quién ganará el Gran Premio Nacional; o el Lincolnshire, o el Derby. En alguno de ellos tengo que saber.
El tío Oscar firmó el consentimiento y la madre de Paul cobró las cinco mil libras. Pero entonces ocurrió algo muy extraño. Las voces de la casa parecieron enloquecer súbitamente, como una algarabía de ranas en una tarde de primavera. Se habían comprado algunos muebles, Paul tenía un preceptor particular, y el próximo otoño iría a Eton, el colegio donde se había educado su padre. Aun en invierno había flores en la casa.
El lujo a que había estado habituada la madre de Paul experimentaba un resurgimiento. Y sin embargo, las voces de la casa, detrás de los ramilletes de mimosas y flores de almendro, y debajo de las pilas de iridiscentes almohadones, parecían aullar y desgañitarse en una especie de éxtasis. "¡Hace falta más dinero! ¡Oh! ¡Hace falta más dinero! ¡Ahora, a-ho-ra! ¡A-ho-ra hace falta más dinero! ¡Más que nunca! ¡Más que nunca!"
Aquello asustó terriblemente a Paul. Trataba de estudiar el latín y el griego con sus preceptores. Pero sus horas más intensas las vivía con Bassett. Ya se había corrido el Nacional; Paul no se sintió "seguro", y perdió cien libras. Vino el verano. Mientras aguardaba la disputa del Lincoln lo consumía la impaciencia. Pero esta vez tampoco "supo" y perdió cincuenta libras. Entonces se convirtió en un chico extraño, de ojos extraviados; parecía que algo fuese a estallar en su interior.
-¡No te preocupes más, hijo mío! -insistía su tío Oscar-. Olvídate de todo eso.
Pero el muchacho como si no lo oyera.
-¡Tengo que saber para el Derby! ¡Tengo que saber para el Derby! -repetía, con sus ojos azules incendiados por una especie de locura.
Su madre advirtió la sobreexcitación que lo dominaba.
-Será mejor que te llevemos a veranear a la playa. ¿No quieres ir al mar ahora, en vez de esperar? Me parece que te convendría -dijo mirándolo ansiosamente, con el corazón extrañamente sobrecogido por causa del niño.
Pero el chico alzó sus inquietantes ojos azules.
-¡No puedo ir antes del Derby, mamá! -respondió ¡No puedo!
-¿Por qué no? -preguntó ella, endureciendo la voz ante la contradicción-. ¿Por qué no? Nadie te impedirá después ir a ver el Derby con tu tío Oscar, si eso es lo que quieres. No tienes necesidad de aguardar aquí. Además, me parece que te estás interesando demasiado por esas carreras de caballos. Es un mal síntoma. Mi familia ha sido una familia de jugadores; sólo cuando seas grande comprenderás el perjuicio que eso nos ha causado. Pero lo cierto es que nos ha perjudicado. Tendré que despedir a Bassett, y pedirle a tío Oscar que no te hable de carreras, a menos que te muestres más razonable. Ve a veranear a la playa y olvídate de todo eso. ¡Eres un manojo de nervios!
-Haré lo que tú quieras, mamá, siempre que no me hagas salir antes del Derby.
-¿Salir de dónde? ¿De esta casa?
-Sí -dijo Paul, mirándola fijamente.
-¡Pues mira que eres extraño! ¿A qué viene tan súbito cariño por esta casa? Jamás me figuré que pudieras quererla.
Él la miró sin hablar. Guardaba un secreto dentro de otro secreto, algo que no había dicho ni siquiera a Bassett ni a su tío Oscar.
Pero su madre, después de permanecer unos instantes indecisa e irritada, dijo:
-¡Está bien! No vayas a la playa hasta que se corra el Derby, si eso es lo que quieres. Pero prométeme dominar tus nervios. ¡Prométeme no interesarte tanto en las carreras de caballos y en los "programas", como tú les llamas!
-¡Oh, no! -dijo el chico, distraído-. No pensaré mucho en eso, mamá. No te preocupes. En tu lugar, yo no me preocuparía.
-¡Si tú estuvieras en mi lugar, y yo en el tuyo -dijo la madre-, vaya a saber en qué terminaría todo!
-Pero tú sabes que no debes preocuparte, mamá, ¿verdad? -repitió el niño.
-Me gustaría saberlo -respondió ella fatigadamente.
-Oh, bueno, puedes saberlo. ¡Quiero decir, debes saber que no tienes que preocuparte!
-¿De veras? Bueno, ya veremos.
El secreto máximo de Paul era su caballo de madera, que no tenía nombre. Desde que se emancipó de institutrices y gobernantas, lo hizo llevar a su dormitorio, en el piso alto.
-¡Eres demasiado grande para jugar con un caballito de madera! -le había reprochado su madre.
-Oh, mamá, hasta que pueda tener un caballo verdadero, me gusta jugar con cualquiera -fue la extraña respuesta.
-¿Así te sientes acompañado? -preguntó la madre, echándose a reír.
-¡Oh, sí! Es muy bueno, y siempre me hace compañía.
Y así fue como el caballo, ya bastante maltrecho, permaneció, inmovilizado en una cabriola, en el dormitorio del niño.
Se acercaba el Derby, y Paul parecía cada vez más reconcentrado. Apenas escuchaba lo que le decían, tenía un aspecto muy frágil y sus ojos eran realmente inquietantes. Su madre experimentaba bruscos accesos de desasosiego. A veces, por espacio de media hora o más, sentía por él una repentina ansiedad que era casi angustia. Entonces la asaltaba el impulso de correr hacia el chico, para comprobar que estaba a salvo.
Dos noches antes del Derby, estando en una gran fiesta en el centro, le sobrecogió el corazón uno de esos ataques de ansiedad por su hijo, el primogénito, y fue tan intenso que apenas pudo hablar. Luchó con todas sus fuerzas contra ese sentimiento, porque era una mujer sensata. Pero fue inútil. Tuvo que dejar el baile y bajó para telefonear a su casa. La institutriz de los niños se mostró terriblemente sorprendida y alarmada por aquel llamado nocturno.
-¿Están bien los niños, Miss Wilmot?
-Oh, sí, perfectamente.
-¿Y Paul? ¿Está bien?
-Se acostó enseguida. ¿Quiere que suba a echarle un vistazo?
-¡No! -repuso la madre a pesar suyo-. No, no se moleste. Está bien. No se quede levantada. Volveremos a casa en seguida.
No quería que la criada interrumpiese la intimidad de su hijo.
Era alrededor de la una cuando los padres de Paul regresaron a la casa. Todo estaba en silencio. La madre subió a su cuarto y se quitó su blanco abrigo de pieles. Había ordenado a la doncella que no la esperase. Oyó a su esposo, que mezclaba un whisky con soda en la planta baja.
Y luego, impulsada por la extraña ansiedad que sentía en el corazón, subió furtivamente al cuarto de su hijo. Se deslizó en silencio a lo largo del corredor. Creyó oír un débil ruido. ¿Que era?
Permaneció junto a la puerta, los músculos tensos, escuchando. Se oía un ruido extraño, pesado y al mismo tiempo poco penetrante. Su corazón se paralizó. Era un rumor sordo, y sin embargo, impetuoso y potente. Como si algo enorme se moviera con furtiva violencia. ¿Qué era? ¿Qué era, en nombre de Dios? Ella debía saberlo. Tuvo la sensación de que reconocía aquel ruido. Sabía lo que era.
Y sin embargo, no podía ubicarlo. No podía nombrarlo. Y el rumor proseguía con un ritmo de locura. Suavemente, paralizada de miedo y ansiedad, hizo girar el picaporte.
El cuarto estaba oscuro. Sin embargo junto a la ventana, oyó y vio algo que se balanceaba de un lado a otro. Se quedó asombrada.
Encendió de pronto la luz, y vio a su hijo, con su pijama verde, cabalgando alocadamente en su caballito de madera. La luz lo bañó de pronto, mientras espoleaba su corcel, y alumbró también a la rubia mujer inmóvil en la puerta, con su pálido vestido verde y plata.
-¡Paul! -exclamó-. ¿Qué estás haciendo?
-¡Es Malabar! -gritaba el chico con voz potente y extraña-. ¡Es Malabar!
Sus ojos ardientes la miraron por espacio de un segundo, extraño e irracional, mientras cesaba de espolear a su caballo de madera. Después cayó con estrépito al piso, y ella, desbordante de atormentada maternidad, corrió en su auxilio. Pero el niño estaba inconsciente, e inconsciente permaneció, atacado de fiebre cerebral. Hablaba y se agitaba y su madre permanecía sentada a su lado, inmóvil como una piedra.
-¡Es Malabar! ¡Es Malabar! ¡Bassett, Bassett, ya sé: es Malabar! -gritaba el niño, tratando de levantarse para espolear al caballo de madera que era la fuente de su inspiración.
-¿Quién es Malabar? -preguntó la azorada madre.
-No sé -dijo el padre, pétreo.
-¿Quién es Malabar? -insistió ella dirigiéndose a su hermano Oscar.
-Es uno de los caballos que corren el Derby -fue la respuesta.
Y a pesar suyo, Oscar Cresswell le habló a Bassett, y él mismo apostó un millar de libras a Malabar. Pagó a razón de catorce a uno. El tercer día de la enfermedad fue crítico. Se esperaba una reacción. El niño, con sus largos y ensortijados cabellos, se agitaba incesantemente sobre la almohada. No dormía ni recobraba el conocimiento, y sus ojos eran como piedras azules. Y su madre, ya sin corazón, también acabó de convertirse en piedra.
Por la noche no vino Oscar Cresswell, pero Bassett mandó preguntar si podía subir un momento, nada más que un momento. La intromisión irritó mucho a la madre de Paul; pero, pensándolo mejor, consintió. El niño seguía igual. Quizá Bassett podría hacerle recobrar el conocimiento.
El jardinero, un hombre bajo, de bigotito pardo y ojos también pardos, pequeños y penetrantes, entró de puntillas en el cuarto, se llevó la mano al imaginario sombrero a modo de saludo y después se encaminó al lecho, mirando fijamente con sus ojillos relucientes al niño agitado y moribundo.
-¡Niño Paul! -susurró-. ¡Niño Paul! Malabar entró primero, ganó de punta a punta. Hice lo que usted me dijo. Ha ganado más de setenta mil libras, sí; ha ganado más de ochenta mil. Malabar llegó primero, niño Paul.
-¡Malabar! ¡Malabar! ¿Yo dije Malabar, mamá? ¿Dije Malabar? ¿Crees que tengo suerte, mamá? Sabía que ganaría Malabar, ¿verdad? ¡Más de ochenta mil libras! Eso es suerte, ¿verdad, mamá? ¡Más de ochenta mil libras! Yo sabía, ¿acaso no lo sabía? Ganó Malabar. Si cabalgo en mi caballo hasta sentirme seguro, Bassett, yo sé lo que te digo: puedes apostar todo lo que tengas. ¿Apostaste todo lo que tenías, Bassett?
-Jugué mil libras, niño Paul.
-¡Nunca te dije, mamá, que si puedo cabalgar en mi caballo, y llegar, entonces estoy seguro... oh, absolutamente seguro! Mamá, ¿te lo dije alguna vez? ¡Yo tengo suerte!
-No, nunca me lo dijiste -respondió la madre.
Pero el niño murió esa noche. Y aún yacía en su lecho cuando la madre oyó la voz de su hermano, que decía:
-Dios mío, Hester, has ganado ochenta mil libras y has perdido un hijo. Pobrecito, pobrecito, más le vale haberse ido de una vida donde debía montar en su caballito de madera para encontrar un ganador.

D. H. Lawrence



Tomando en cuenta este cuento y el video, realizaré un trabajo con los alumnos de UTU Domingo Arena, como texto introductorio o de portada para acercarse a la asignatura. Mis objetivos son muy básicos, tales como el reconocimiento de algunos elementos fundamentales del género e introducir la posibilidad de reconocer el género dramático. Para ello preparé una página con la propuesta didáctica.

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