La Tigra
Cuadro Primero
Un cafetín servido por camareras. Pequeño escenario, al foro. A la derecha la estantería con botellas y el mostrador respectivo. EL REGENTE lava copas y despacha a medida que las camareras lo van pidiendo. Ocupan una mesa, Tomás EL RUBIO, el Inglés, JORGE y RAFAEL. Jóvenes criollos atendidos por HAYDÉE SUÁREZ, una de las camareras. En otra ESPERANZA la madrileña, cantará en traje de carácter, entreteniendo a dos o tres parroquianos españoles. Más allá cuatro MARINEROS INGLESES acaban de emborracharse. En una cuarta mesa un pobre diablo despunta un sueño ante una taza de café. LUIS con LA TIGRA, departen en una de primer término bebiendo cerveza él y té la camarera, y cerca de ellos el anciano SEÑOR HESPERIDINA, que no tendrá otra ocupación que la de comerse con los ojos a las camareras o interrumpir los diálogos expresivos en que éstas intervengan. Al alzarse el telón comienza la tercera parte del concierto. El pianista termina su sinfonía. Silencio en el auditorio. Uno de los MARINEROS se alza a duras penas gritando «¡hurra!», dando dos o tres palmadas, y se deja caer pesadamente. Descorrido el pequeño telón aparece el tenor, un fulano gordo, que después de entregar la partitura al maestro, con un vozarrón espantoso, anuncia: «'Generada' de Iris, maestro Mascagni», y arremete cantando «Apri la tua finestra», etc., etc. A los pocos compases se la arman.
Escena I
Escena I
EL RUBIO. -(Ladrando.) ¡Guau! ¡guau! ¡guau!
UNA VOZ. -¡Que se calle!
OTRA VOZ. -¡Fuera! ¡Zanguango!
OTRA VOZ. -¡Miau! ¡miau!...
JORGE. -¡Qué baile! (El fulano quiere seguir y le molestan con silbidos e improperios. Entonces, sonriente, saludando, retira su partitura y se dispone a irse.)
VOCES. -¡No! ¡No! ¡Que baile! ¡Que baile!... (Nuevo saludo y mutis. Aplausos estrepitosos y pedidos de bis durante unos instantes. El pobre hombre reaparece.)
JORGE. -¡Que cante el Chiribiribí!
CORO. -¡Chiribiribí! ¡Chiribiribí! (Creyendo satisfacer al auditorio, hace una seña al maestro. Silencio.)
MARINERO 1º. -(Apenas le oye cantar, alzándose y avanzando tambaleante.) ¡Ah!... ¡Ay!... ¡Moqueres!... (Quiere cantar MOQUERES. Coro de maullidos y ladridos. El cantor huye.)
CORO. -¡Miau! ¡Miau! ¡Miau!
HAYDÉE. -(Aproximándose al grupo de criollos.) ¡Jesús, muchachos! ¡Ni que estuviesen en el jardín zoológico!..
EL RUBIO. -Vení, madrileña; sentate un rato con nosotros. Pasale esa silla al inglés.
HAYDÉE. -Tendréis que aguardar. El señor me ha llamado. (Por el SEÑOR HESPERIDINA.)
EL RUBIO. -Che: dale recuerdos de mi parte para los nietos. (Risas en el grupo.)
LA TIGRA. -Dicen que ha cantado en óperas.
LUIS. -Corista, seguramente.
LA TIGRA. -Cualquier cosa. Lo cierto es que tiene que mantener a sus hijos y viene aquí a ganarse un peso y una silbatina por noche. Tú has visto a los muchachos. Se quedan hasta la última parte, sólo para armarle un bochinche al pobre infeliz.
LUIS. -Vaya un gusto.
LA TIGRA. -Es uno de los atractivos de la casa. Cuando el patrón no lo ha despedido, es porque le da resultado.
LUIS. -¡Qué barbaridad!
LA TIGRA. -¡Bah! ¡Así es el mundo, hijito! Quién sabe si mañana no me veo en el mismo caso.
LUIS. -A ti no te silban. Te lo aseguro.
LA TIGRA. -Si no me arman bochinche es porque todavía no estoy muy vieja y la muchachada me conserva un poco de cariño. Pero veremos más adelante. Por lo pronto, el hecho de haberme puesto a cantar, te prueba mi decadencia.
LUIS. -No, Tigra. No digas zonceras.
LA TIGRA. -Sí, hijito, sí. ¿Crees que no me conozco?
LUIS. -¿Y por qué cantas, si no te gusta?
LA TIGRA. -Porque voy para vieja, nada más. Pregúntame por qué, yo que he sido, puede decirse, la fundadora de estas casas en Buenos Aires y que he tenido las mesas principales a mi cargo, con clientela hecha y un platal de propinas... ¿Por qué me veo hoy metida en este cafetín indecente?
LUIS. -Por tu carácter; porque no quieres.
LA TIGRA. -¿Por qué no quiero? Porque no sirvo. De aquí a un cafetín de la Boca, y de allí...
LUIS. -No veo la necesidad de la escala. Con cambiar de vida...
LA TIGRA. -¿Y qué quieres que haga? ¿Meterme de monja? Cada uno en su oficio. Tú, albañil, no te vas a poner de relojero, cuando los achaques no te permitan trepar al andamio.
LUIS. -No es el mismo caso.
LA TIGRA. -¡El mismo, el mismo, el mismo! Vez pasada, cuando salí del «Cosmopolita», me fui a ver a esa señora amiga, la que cuida a mi nena, resuelta a ponerme a trabajar en costuras. ¡Que si quieres! A los quince días no pude aguantar más. Me faltaba algo; no sé qué, pero algo esencial como el respirar o el comer. Empleaba horas enteras para hacer una costurita de nada, pensando y pensando...
LUIS. -¿En qué?...
LA TIGRA. -¡Qué sé yo! No podía explicarme. En todo este ruido; en las compañeras, en la muchachada, en los borrachos, en los escándalos, en la policía, en mi pasado, en fin.
LUIS. -¿Y no te dabas cuenta de que aquella vida era mejor?
LA TIGRA. -¿Mejor? ¿Por qué? Vamos a ver. ¿Por qué, si no estaba a gusto?
LUIS. -Te habrías habituado...
LA TIGRA. -¿Y mientras tanto? Pensando eso y pensando que todavía no estoy tan venida a menos que no pueda tirar algunos añitos, me dije entonces: «A la que te criaste»; y aquí me tienes, dispuesta a pelear hasta que me jubilen por vieja y fea, y eso, aunque rabien todas esas, ha de tardar.
LUIS. -Eres muy inteligente, Tigra. La disculpa es hábil, pero no me convences.
LA TIGRA. -¿Disculpa?... ¿Yo disculparme?...
LUIS. -¿No habrá sido el fulano ese... lo que te hizo volver?
LA TIGRA. -¡Inocente! ¿Lo piensas realmente, o hablan los celos? ¿Crees que a esta altura de mi vida, y con todo lo que he vivido, haya hombre capaz de hacerme cometer zonceras?
LUIS. -Yo no te ofrezco eso, y sin embargo...
LA TIGRA. -Me lo ofreces.
LUIS. -Muchas gracias.
LA TIGRA. -Haces bien en dármelas, te lo aseguro.
LUIS. -Dime. ¿Quieres que te acompañe esta noche y continuamos la discusión en tu casa?
LA TIGRA. -No.
LUIS. -¿Por qué, Tigra?
LA TIGRA. -Ya te lo he dicho, hijito... Si no quieres de mi más que eso, quedas en libertad de no volver, o de cambiar de mesa. Lo sentiría mucho, porque te he tomado cariño, y me gusta conversar contigo, pero te repito que entre los dos no habrá más que amistad, mucha, mucha amistad. Toda la que tú quieras.
EL RUBIO. -¡Tigra! ¡Tigra! ¿Qué te ha hecho ese señor? ¿Déjalo descansar?
LUIS. -¡Idiotas!
LA TIGRA. -¿Qué? ¿Piensas enojarte? Déjalos.
LUIS. -Es que...
LA TIGRA. -No seas zonzo. (Al grupo.) ¿Qué hay?
JORGE. -Escuchá un momento. Vení.
LA TIGRA. -¿Qué quieres? (Aproximándose.)
JORGE. -¿Lo has tomado por horas a ése?
HAYDÉE. -No, che. Es de remis. Hace dos meses que lo tiene.
EL RUBIO. -¿Estás suscrita al P. B. T., entonces? Sentate y pedí algo.
LA TIGRA. -Gracias. No acostumbro, como algunas, a ponerme curda.
HAYDÉE. -¿Hablás por mí, che?
LA TIGRA. -No; por el Papa. ¿Nada más se les ofrece?
EL RUBIO. -Sentate, mujer.
LA TIGRA. -(Con mal modo.) Tengo que hacer. (Ademán de alejarse.)
HESPERIDINA. -¡Chist! ¡Chist!
HAYDÉE. -¡Tigra! ¡Tigra!
LA TIGRA. -(Volviéndose.) Me parece que tengo un nombre. Todo el mundo se va creyendo con derecho a manosearme. Todavía no he descendido tanto, ¿me oyen?
HAYDÉE. -¡Qué mal humor! Hija, perdona.
LA TIGRA. -Es que me tienen harta y me van a obligar a que muestre las uñas.
HAYDÉE. -Bueno, bueno. No es para tanto, mujer.
LA TIGRA. -Está bien. ¿Qué desea?
HESPERIDINA. -Sírvale lo que ella pida.
HAYDÉE. -Una cañita de Jerez.
LA TIGRA. -Y usted ¿otra hesperidina?
HAYDÉE. -¡Jesú! No beba usted eso. Tenemos un jerecillo... un «Tío Pepe» que da calor: pruébelo usted.
HESPERIDINA. -Bueno, hija; por acompañarte, tomaré ese jerecillo.
(LA TIGRA se va al mostrador.)
EL RUBIO. -Contá, mujer, contá.
EL GRUPO. -¡Que cuente! ¡Que largue el rollo! ¡Sí sí!
JORGE. -Toma otro pipermint (Sirve a HAYDÉE)
HAYDÉE. -(Después de beber.) No. Historia no es. Lo que pasa es que me tiene rabia porque lo mejor de la concurrencia se viene a mis mesas. Y es natural, ¿no te parece? Se han creído que porque son camareras viejas, van a ser dueñas de la casa toda la vida. Se les pasó el tiempo, ¿no te parece? Y, además, es hora ya de que se les vaya dejando lugar a las criollas, que valemos tanto como ellas o más que cualquier gallega vieja aquerenciada.
EL RUBIO. -Claro que sí. ¿Qué edad tenés vos?
HAYDÉE. -¿Yo? Veintiuno, mijito, cumplidos el mes pasado.
JORGE. -¿Oro?
HAYDÉE. -¡Y cómo te va! (Con intención, viendo a LA TIGRA, que pasa.) No soy de esas que se sacan los años, sin fijarse en que las arrugas y el sebo les están vendiendo.
EL RUBIO. -¿De modo, che, que la Tigra está hecha una misiadura y nadie le lleva el apunte?
HAYDÉE. -Una misiadura... Despacha café a los cocheros. Fíjense en la clientela; miren las mesas: el atorrante aquel que se viene a echar un sueñito: míster Hesperidina y el purrete ese que todas las noches le da la lata, enamorao en serio, che.
EL RUBIO. -¿Qué me cuentas?
HAYDÉE. -Y gracias que cante esas vidalitas y esos estilos, ¡fíjense! ¡Una gallega cantando aires criollos!...
JORGE. -No canta muy mal.
HAYDÉE. -¡Amalaya tuviera voz yo! ¡Verían! ¡Se los enseñaba al tipo ése que anda con ella!
EL RUBIO. -¡Qué peine!
HAYDÉE. -¡Es una piedra!..
LA TIGRA. -(Sentándose junto a LUIS.) ¡Uff!... Estoy esta noche con unos nervios que... que puede que no acabe bien la fiesta.
LUIS. -¿Porque te miran tanto?... Tráeme un whisky a mí y para ti cognac o alguna otra cosa.
LA TIGRA. -Bebe cerveza. ¡Qué empeño en entreverar! El whisky te hace mal.
LUIS. -Es que yo también ando mal de los nervios esta noche.
LA TIGRA. -No, mi chiquín. Cuidado, ¿eh?
MARINERO 1º. -(Chilla en inglés algunas cosas de las que sólo se entienden las palabras: Mósica. Mósica. Los compañeros le hacen coro aplaudiendo: ladridos y maullidos en la mesa de los criollos; el MARINERO 1º, se vuelve hacia ellos y les dice algunas frases incomprensibles, que han de ser muy graciosas a juzgar por las carcajadas de sus compañeros.)
EL RUBIO. -¡Tu abuelita, por las dudas!
HAYDÉE. -No se metan, muchachos.
EL RUBIO. -No; los estamos gozando no más... ¿Son ingleses!...
EL REGENTE. -Señora Esperanza: al escenario.
ESPERANZA. -¡Jesús! Es usted tan entretenido, que me había hecho olvidar de mi número.
HAYDÉE. -Choque usted. ¡Salud!
HESPERIDINA. -Vaya usted; vaya usted no más. Lo que siento es no tener flores para tírarle ¡Ah! no se olvide de cantar aquellos versitos del reloj que marca bien la hora, ¿eh?
ESPERANZA. -¡Vaya con el abuelo! Dedicaos a su señoría, voy a cantarlos. (Pasa por entre las mesas, aclamada, y desaparece por la puertita lateral y reaparece en el escenario con una guitarra. Aplausos.)
VOCES. -¡Olé, salerosa! ¡Cuerpo bueno! ¡Viva tu mare! (Canta malagueñas, seguidillas o cualquier otro aire español. Ovaciones. Uno de los MARINEROS INGLESES, en el colmo de su entusiasmo, se pone a bailar grotescamente, dando palmadas y gritando.)
MARINERO 1º. -¡Olé! ¡Olé! (Algarabía. Los compañeros le sientan, evitando que se caiga. La HAYDÉE canta unos couplets picarescos, lo más verdes que sea posible, y terminando su número, baja a sentarse a la mesa de los españoles, que la reciben alborozados, ofreciéndole copas. Durante el canto, la conversación de LUIS y LA TIGRA ha sido animadísima.)
Escena II
UNA VOZ. -¡Que se calle!
OTRA VOZ. -¡Fuera! ¡Zanguango!
OTRA VOZ. -¡Miau! ¡miau!...
JORGE. -¡Qué baile! (El fulano quiere seguir y le molestan con silbidos e improperios. Entonces, sonriente, saludando, retira su partitura y se dispone a irse.)
VOCES. -¡No! ¡No! ¡Que baile! ¡Que baile!... (Nuevo saludo y mutis. Aplausos estrepitosos y pedidos de bis durante unos instantes. El pobre hombre reaparece.)
JORGE. -¡Que cante el Chiribiribí!
CORO. -¡Chiribiribí! ¡Chiribiribí! (Creyendo satisfacer al auditorio, hace una seña al maestro. Silencio.)
MARINERO 1º. -(Apenas le oye cantar, alzándose y avanzando tambaleante.) ¡Ah!... ¡Ay!... ¡Moqueres!... (Quiere cantar MOQUERES. Coro de maullidos y ladridos. El cantor huye.)
CORO. -¡Miau! ¡Miau! ¡Miau!
HAYDÉE. -(Aproximándose al grupo de criollos.) ¡Jesús, muchachos! ¡Ni que estuviesen en el jardín zoológico!..
EL RUBIO. -Vení, madrileña; sentate un rato con nosotros. Pasale esa silla al inglés.
HAYDÉE. -Tendréis que aguardar. El señor me ha llamado. (Por el SEÑOR HESPERIDINA.)
EL RUBIO. -Che: dale recuerdos de mi parte para los nietos. (Risas en el grupo.)
LA TIGRA. -Dicen que ha cantado en óperas.
LUIS. -Corista, seguramente.
LA TIGRA. -Cualquier cosa. Lo cierto es que tiene que mantener a sus hijos y viene aquí a ganarse un peso y una silbatina por noche. Tú has visto a los muchachos. Se quedan hasta la última parte, sólo para armarle un bochinche al pobre infeliz.
LUIS. -Vaya un gusto.
LA TIGRA. -Es uno de los atractivos de la casa. Cuando el patrón no lo ha despedido, es porque le da resultado.
LUIS. -¡Qué barbaridad!
LA TIGRA. -¡Bah! ¡Así es el mundo, hijito! Quién sabe si mañana no me veo en el mismo caso.
LUIS. -A ti no te silban. Te lo aseguro.
LA TIGRA. -Si no me arman bochinche es porque todavía no estoy muy vieja y la muchachada me conserva un poco de cariño. Pero veremos más adelante. Por lo pronto, el hecho de haberme puesto a cantar, te prueba mi decadencia.
LUIS. -No, Tigra. No digas zonceras.
LA TIGRA. -Sí, hijito, sí. ¿Crees que no me conozco?
LUIS. -¿Y por qué cantas, si no te gusta?
LA TIGRA. -Porque voy para vieja, nada más. Pregúntame por qué, yo que he sido, puede decirse, la fundadora de estas casas en Buenos Aires y que he tenido las mesas principales a mi cargo, con clientela hecha y un platal de propinas... ¿Por qué me veo hoy metida en este cafetín indecente?
LUIS. -Por tu carácter; porque no quieres.
LA TIGRA. -¿Por qué no quiero? Porque no sirvo. De aquí a un cafetín de la Boca, y de allí...
LUIS. -No veo la necesidad de la escala. Con cambiar de vida...
LA TIGRA. -¿Y qué quieres que haga? ¿Meterme de monja? Cada uno en su oficio. Tú, albañil, no te vas a poner de relojero, cuando los achaques no te permitan trepar al andamio.
LUIS. -No es el mismo caso.
LA TIGRA. -¡El mismo, el mismo, el mismo! Vez pasada, cuando salí del «Cosmopolita», me fui a ver a esa señora amiga, la que cuida a mi nena, resuelta a ponerme a trabajar en costuras. ¡Que si quieres! A los quince días no pude aguantar más. Me faltaba algo; no sé qué, pero algo esencial como el respirar o el comer. Empleaba horas enteras para hacer una costurita de nada, pensando y pensando...
LUIS. -¿En qué?...
LA TIGRA. -¡Qué sé yo! No podía explicarme. En todo este ruido; en las compañeras, en la muchachada, en los borrachos, en los escándalos, en la policía, en mi pasado, en fin.
LUIS. -¿Y no te dabas cuenta de que aquella vida era mejor?
LA TIGRA. -¿Mejor? ¿Por qué? Vamos a ver. ¿Por qué, si no estaba a gusto?
LUIS. -Te habrías habituado...
LA TIGRA. -¿Y mientras tanto? Pensando eso y pensando que todavía no estoy tan venida a menos que no pueda tirar algunos añitos, me dije entonces: «A la que te criaste»; y aquí me tienes, dispuesta a pelear hasta que me jubilen por vieja y fea, y eso, aunque rabien todas esas, ha de tardar.
LUIS. -Eres muy inteligente, Tigra. La disculpa es hábil, pero no me convences.
LA TIGRA. -¿Disculpa?... ¿Yo disculparme?...
LUIS. -¿No habrá sido el fulano ese... lo que te hizo volver?
LA TIGRA. -¡Inocente! ¿Lo piensas realmente, o hablan los celos? ¿Crees que a esta altura de mi vida, y con todo lo que he vivido, haya hombre capaz de hacerme cometer zonceras?
LUIS. -Yo no te ofrezco eso, y sin embargo...
LA TIGRA. -Me lo ofreces.
LUIS. -Muchas gracias.
LA TIGRA. -Haces bien en dármelas, te lo aseguro.
LUIS. -Dime. ¿Quieres que te acompañe esta noche y continuamos la discusión en tu casa?
LA TIGRA. -No.
LUIS. -¿Por qué, Tigra?
LA TIGRA. -Ya te lo he dicho, hijito... Si no quieres de mi más que eso, quedas en libertad de no volver, o de cambiar de mesa. Lo sentiría mucho, porque te he tomado cariño, y me gusta conversar contigo, pero te repito que entre los dos no habrá más que amistad, mucha, mucha amistad. Toda la que tú quieras.
EL RUBIO. -¡Tigra! ¡Tigra! ¿Qué te ha hecho ese señor? ¿Déjalo descansar?
LUIS. -¡Idiotas!
LA TIGRA. -¿Qué? ¿Piensas enojarte? Déjalos.
LUIS. -Es que...
LA TIGRA. -No seas zonzo. (Al grupo.) ¿Qué hay?
JORGE. -Escuchá un momento. Vení.
LA TIGRA. -¿Qué quieres? (Aproximándose.)
JORGE. -¿Lo has tomado por horas a ése?
HAYDÉE. -No, che. Es de remis. Hace dos meses que lo tiene.
EL RUBIO. -¿Estás suscrita al P. B. T., entonces? Sentate y pedí algo.
LA TIGRA. -Gracias. No acostumbro, como algunas, a ponerme curda.
HAYDÉE. -¿Hablás por mí, che?
LA TIGRA. -No; por el Papa. ¿Nada más se les ofrece?
EL RUBIO. -Sentate, mujer.
LA TIGRA. -(Con mal modo.) Tengo que hacer. (Ademán de alejarse.)
HESPERIDINA. -¡Chist! ¡Chist!
HAYDÉE. -¡Tigra! ¡Tigra!
LA TIGRA. -(Volviéndose.) Me parece que tengo un nombre. Todo el mundo se va creyendo con derecho a manosearme. Todavía no he descendido tanto, ¿me oyen?
HAYDÉE. -¡Qué mal humor! Hija, perdona.
LA TIGRA. -Es que me tienen harta y me van a obligar a que muestre las uñas.
HAYDÉE. -Bueno, bueno. No es para tanto, mujer.
LA TIGRA. -Está bien. ¿Qué desea?
HESPERIDINA. -Sírvale lo que ella pida.
HAYDÉE. -Una cañita de Jerez.
LA TIGRA. -Y usted ¿otra hesperidina?
HAYDÉE. -¡Jesú! No beba usted eso. Tenemos un jerecillo... un «Tío Pepe» que da calor: pruébelo usted.
HESPERIDINA. -Bueno, hija; por acompañarte, tomaré ese jerecillo.
(LA TIGRA se va al mostrador.)
EL RUBIO. -Contá, mujer, contá.
EL GRUPO. -¡Que cuente! ¡Que largue el rollo! ¡Sí sí!
JORGE. -Toma otro pipermint (Sirve a HAYDÉE)
HAYDÉE. -(Después de beber.) No. Historia no es. Lo que pasa es que me tiene rabia porque lo mejor de la concurrencia se viene a mis mesas. Y es natural, ¿no te parece? Se han creído que porque son camareras viejas, van a ser dueñas de la casa toda la vida. Se les pasó el tiempo, ¿no te parece? Y, además, es hora ya de que se les vaya dejando lugar a las criollas, que valemos tanto como ellas o más que cualquier gallega vieja aquerenciada.
EL RUBIO. -Claro que sí. ¿Qué edad tenés vos?
HAYDÉE. -¿Yo? Veintiuno, mijito, cumplidos el mes pasado.
JORGE. -¿Oro?
HAYDÉE. -¡Y cómo te va! (Con intención, viendo a LA TIGRA, que pasa.) No soy de esas que se sacan los años, sin fijarse en que las arrugas y el sebo les están vendiendo.
EL RUBIO. -¿De modo, che, que la Tigra está hecha una misiadura y nadie le lleva el apunte?
HAYDÉE. -Una misiadura... Despacha café a los cocheros. Fíjense en la clientela; miren las mesas: el atorrante aquel que se viene a echar un sueñito: míster Hesperidina y el purrete ese que todas las noches le da la lata, enamorao en serio, che.
EL RUBIO. -¿Qué me cuentas?
HAYDÉE. -Y gracias que cante esas vidalitas y esos estilos, ¡fíjense! ¡Una gallega cantando aires criollos!...
JORGE. -No canta muy mal.
HAYDÉE. -¡Amalaya tuviera voz yo! ¡Verían! ¡Se los enseñaba al tipo ése que anda con ella!
EL RUBIO. -¡Qué peine!
HAYDÉE. -¡Es una piedra!..
LA TIGRA. -(Sentándose junto a LUIS.) ¡Uff!... Estoy esta noche con unos nervios que... que puede que no acabe bien la fiesta.
LUIS. -¿Porque te miran tanto?... Tráeme un whisky a mí y para ti cognac o alguna otra cosa.
LA TIGRA. -Bebe cerveza. ¡Qué empeño en entreverar! El whisky te hace mal.
LUIS. -Es que yo también ando mal de los nervios esta noche.
LA TIGRA. -No, mi chiquín. Cuidado, ¿eh?
MARINERO 1º. -(Chilla en inglés algunas cosas de las que sólo se entienden las palabras: Mósica. Mósica. Los compañeros le hacen coro aplaudiendo: ladridos y maullidos en la mesa de los criollos; el MARINERO 1º, se vuelve hacia ellos y les dice algunas frases incomprensibles, que han de ser muy graciosas a juzgar por las carcajadas de sus compañeros.)
EL RUBIO. -¡Tu abuelita, por las dudas!
HAYDÉE. -No se metan, muchachos.
EL RUBIO. -No; los estamos gozando no más... ¿Son ingleses!...
EL REGENTE. -Señora Esperanza: al escenario.
ESPERANZA. -¡Jesús! Es usted tan entretenido, que me había hecho olvidar de mi número.
HAYDÉE. -Choque usted. ¡Salud!
HESPERIDINA. -Vaya usted; vaya usted no más. Lo que siento es no tener flores para tírarle ¡Ah! no se olvide de cantar aquellos versitos del reloj que marca bien la hora, ¿eh?
ESPERANZA. -¡Vaya con el abuelo! Dedicaos a su señoría, voy a cantarlos. (Pasa por entre las mesas, aclamada, y desaparece por la puertita lateral y reaparece en el escenario con una guitarra. Aplausos.)
VOCES. -¡Olé, salerosa! ¡Cuerpo bueno! ¡Viva tu mare! (Canta malagueñas, seguidillas o cualquier otro aire español. Ovaciones. Uno de los MARINEROS INGLESES, en el colmo de su entusiasmo, se pone a bailar grotescamente, dando palmadas y gritando.)
MARINERO 1º. -¡Olé! ¡Olé! (Algarabía. Los compañeros le sientan, evitando que se caiga. La HAYDÉE canta unos couplets picarescos, lo más verdes que sea posible, y terminando su número, baja a sentarse a la mesa de los españoles, que la reciben alborozados, ofreciéndole copas. Durante el canto, la conversación de LUIS y LA TIGRA ha sido animadísima.)
Escena II
Dichos y OLIVERA (que entra al final del número, ocupando una de las mesas a cargo de LA TIGRA, llama fuertemente con las manos. LA TIGRA como si tal.)
HAYDÉE. -¡Tigra! ¡Tenés gente! (Bajo, al RUBIO.) Es él... ¿Te das cuenta?
EL RUBIO. -¿Se armará, entonces, che?
OLIVERA. -(Llamando de nuevo, más fuerte.)
EL REGENTE. -¿Qué es eso? ¿Se han vuelto sordas?
LUIS. -Atendelo, andá.
LA TIGRA. -(Alzándose.) No y no. (Acercándose a HAYDÉE.) ¿Quieres hacerme el favor de servir a ése?
HAYDÉE. -¿Yo? ¡Ja, ja! No me meto en la vida privada, che.
LA TIGRA. -Estás muy comadre, pero te disculpo porque es la bebida la que habla por ti. ¡Infeliz!
HAYDÉE. -¡Jajay!
OLIVERA. -(Vuelve a llamar.)
REGENTE. -(Acercándose a LA TIGRA.) ¿Pero qué hace usted? ¿Qué se ha creído?
LA TIGRA. -Digo que no lo atiendo. Y si no está conforme, ahora mismo me entrega la cuenta y me voy.
REGENTE. -Pero mujer, usted sabe que ese hombre es capaz de armar un escándalo.
LA TIGRA. -Que lo arme.
REGENTE. -Está bien. Cuando le parezca, pase por el mostrador a entregar. Queda despachada.
LUIS. -¿Por qué han de obligarla a despachar a un compadre?
LA TIGRA. -Tú te callas. Eso no te importa.
LUIS. -¿Cómo que no me importa? Lo he de decir a gritos.
LA TIGRA. -Usted se sienta. (Lo sienta, manteniendo una discusión.)
REGENTE. -Haydée: atienda usted al señor. Hasta que se cierre la casa, tiene usted todas las mesas a su cargo.
HAYDÉE. -¡Jajay! Está bueno. Con permiso, muchachos. Yo no seré muy tigra, pero no me asusto de tan poca cosa. ¡Biaba más o menos!
LA TIGRA. -(Acercándose a HAYDÉE, rápidamente.) ¡Ah, no! No te has de lucir a mi costa. Sal de ahí. Acaba de emborracharte, que mañana te entenderás conmigo. Mañana, ¿me oyes? (Oprimiéndole el brazo violentamente.) ¡Mañana!...¡Inmundicia!...
HAYDÉE. -(Vencida.) ¡Está bien, está bien! Mañana. (Se sienta. LA TIGRA se acerca a la mesa de OLIVERA.)
EL RUBIO. -¿Y por qué no se la diste, che?
LA TIGRA. -¿Qué va a tomar? (LUIS observa la escena dispuesto a intervenir.)
OLIVERA. -Buenas noches. Café. (LA TIGRA va al mostrador; los MARINEROS le hacen una demostración al pasar.)
LA TIGRA. -(Regresando con el café.) Sírvase.
OLIVERA. -Gracias. ¿Cuánto es?
LA TIGRA. -Treinta.
OLIVERA. -¿No lo podés hacer menos? Tomá: treinta y diez de propina.
LA TIGRA. -(Aceptando.) Muchas gracias. (Ademán de irse.)
OLIVERA. -No, no te vas; sentate.
LA TIGRA. -No.
OLIVERA. -Mirá: a tu purrete te lo voy a arreglar.
LA TIGRA. -¿Sí? ¡Qué lástima!
OLIVERA. -Está bueno. No vayas a salir con él, porque yo tengo que hablarte.
LA TIGRA. - Está bien. Haré un nudo en el pañuelo para no olvidarme.
OLIVERA. -Eso es. Hasta luego.
LA TIGRA. -(Confusa, viéndolo salir.) Hasta luego.
LUIS. -¿Qué quería?
LA TIGRA. -¡Oh! ¡He de probarles que todavía soy la Tigra! (Bebe de un sorbo su copa.)
¿Quieres más whisky tú? Yo voy a servirme. (Va al mostrador).
EL RUBIO. -Sí, hombre: las biabas han quedado para la salida.
JORGE. -Yo no voy nada.
HAYDÉE. -¿Cuánto jugamos a que mañana hay una camarera enferma?
JORGE. -Vos.
HAYDÉE. -¡Jajay! (LA TIGRA vuelve con la copa.)
LUIS. -¿Me vas a decir la verdad?
LA TIGRA. -Sí, hijo, sí.
LUIS. -¿Qué ha venido a hacer ése?
LA TIGRA. -Como de costumbre. A buscar de esto. (Dinero.) ¡Canalla!
LUIS. -Pero mujer de Dios, ¿por qué no lo mandaste al diablo? ¿Le tienes tanto cariño?
LA TIGRA. -¿Cariño? Ni esto. Costumbre y necesidad.
LUIS. -¿Necesidad?
LA TIGRA. -Sí; lo que te decía hace rato. Este hombre es para mí, un objeto, un incidente. Por otra parte, con la vida que llevamos, es muy conveniente un hombre así, que inspire respeto a los de su clase.
LUIS. -Es decir, que yo no te sirvo, porque no soy un compadre, ni un perdulario, ni un matón.
LA TIGRA. -No, hijo; al revés. Quien no sirve soy yo.
REGENTE. -(Acercándose.) Diga. Si es que va a continuar aquí, haga el favor de hacer su número, que van a dar las doce.
LA TIGRA. -Está bien. Voy. (Apura una copa y se encamina al escenario.)
HESPERIDINA. -(Llamándola.) ¡Chist! ¡Chist! ¿Cuánto es?
LA TIGRA. -Cinco cuarenta.
HESPERIDINA. -Tome seis. (Al darle el dinero le estrecha las manos conservándolas mientras hablan.) ¿Y por qué no ha cantado esta noche?
LA TIGRA. -Voy a cantar en seguida...
HESPERIDINA. -Entonces no me voy. ¿Cantará el estilo de la piedra, eh? Tráigame otra copita.
LA TIGRA. -¿Jerez?
HESPERIDINA. -No, de lo otro. (LA TIGRA va a servirlo. Mientras, aparece una pequeña criatura ofreciendo flores, en la mesa de los criollos le toman algunas para HAYDÉE. Los MARINEROS compran también, acariciando a la chica; de vuelta, LUIS la detiene en su mesa y adquiere el resto de las flores. LA TIGRA aparece en el escenario y canta acompañándose con la guitarra. Canta vidalitas; muchos aplausos, y momentos antes de terminar, LUIS se adelanta y le arroja un montón de flores. Aplausos, ladridos y maullidos. HAYDÉE en la mesa de los criollos, al volverse LUIS, radiante, a su sitio, oye algunas pullas que parten del grupo, y se vuelve rápidamente.)
GRUPO. -(De la mesa de los criollos.) ¡Papanata! ¡Otario!
LUIS. -¿Qué? ¿Qué hay? ¿Es conmigo? (Expectativa en los del grupo, enmudecen. LA TIGRA observa inquieta la escena.). Hablo con ustedes, compadrones.
JORGE. -(Burlón.) Estése quieto, joven. Nadie se ha metido con usted.
EL RUBIO. -Vaya a su casa, que será mejor. La vieja le estará esperando en la escalera, joven farrista.
LUIS. -(Despreciativo, volviéndose.) ¡Compadres y cobardes!...
EL RUBIO. (Deteniéndolo por el saco.) ¡Che, che, che! ¿Qué es lo que has dicho?
LUIS. -(Dándole un golpe.) Esto he dicho. (Tumulto. La patota la arremete contra LUIS, quien reparte puñetazos que es un gusto. Los INGLESES, recogidos, empiezan a dar. ¡Hurrahs! El SEÑOR HESPERIDINA se arrincona en cualquier parte. LA TIGRA interviene vio lentamente en defensa de LUIS, hasta que consigue separarlo del grupo y lo obliga a tomar asiento.)
INGLESES. -¡Hurrah! ¡Hurrah!, ¡Hurrah!
LUIS. -(Sentado, arreglando el sombrero.) ¡Cobardes! ¡Cobardes!
LA TIGRA. -¡No tienen vergüenza! ¡Cuadrilleros! ¡Cuatro hombres para una criatura!...
REGENTE. -Se va a cerrar el establecimiento. ¡A la calle!... ¡A la calle o llamo a la policía! ¡Vamos saliendo! (La patota hace mutis, haciéndose pasada algunas burlas a LUIS. A LUIS.) Usted también.
LUIS. -Ya me voy. ¿Cuánto es, Tigra?
LA TIGRA. -No; no te vayas. Espérame y saldrás conmigo.
LUIS. -(Tomándole la mano.) ¿De veras?
LA TIGRA. -De veras.
Telón.
Cuadro Segundo
Escena I
Dichos.
DOS JÓVENES. -(Llamando.) ¡Eh! ¡Tío! ¡Tío! ¡Che! ¡Apúrense, que se va el tranvía!
UN CHICO. -(A los otros.) ¡Qué linda, cuando salió casi desnuda!
OTRO. -¡No seas zonzo, desnuda no; es un traje así!
VARIOS. -(A la camarera.) ¡Chist! ¡Chist!
LUNFARDO. -(Al SEÑOR HESPERIDINA.) Dispense, señor, ¿no quiere comprar un anillo de oro, con un brillante? Cosa muy fina.
HESPERIDINA. -No, señor.
LUNFARDO. -Véalo, señor. Es una pichincha. Vale como doscientos pesos, y se lo dejo hasta en quince.
HESPERIDINA. -No; no necesito.
LUNFARDO. -Véalo. Nada le cuesta y puede hacerme un servicio.
HESPERIDINA. -Bueno, lo veré.
LUNFARDO. -Mírelo así con un poco de disimulo, porque, le voy a decir la verdad: es robado.
HESPERIDINA. -¿Cómo?
LUNFARDO. -Por eso se lo doy a ese precio. Si lo llevo a una casa de comercio, pueden sospechar y... Vea: se lo daría en diez pesos. Vale doscientos, cuando menos.
HESPERIDINA. -Bueno. Tome los diez y váyase ligero. (Se aleja a toda prisa.)
LUNFARDO. -¡Diez mangos! ¡No vale ni dos!
UN CHICO. -(A los otros.) ¡Qué linda, cuando salió casi desnuda!
OTRO. -¡No seas zonzo, desnuda no; es un traje así!
VARIOS. -(A la camarera.) ¡Chist! ¡Chist!
LUNFARDO. -(Al SEÑOR HESPERIDINA.) Dispense, señor, ¿no quiere comprar un anillo de oro, con un brillante? Cosa muy fina.
HESPERIDINA. -No, señor.
LUNFARDO. -Véalo, señor. Es una pichincha. Vale como doscientos pesos, y se lo dejo hasta en quince.
HESPERIDINA. -No; no necesito.
LUNFARDO. -Véalo. Nada le cuesta y puede hacerme un servicio.
HESPERIDINA. -Bueno, lo veré.
LUNFARDO. -Mírelo así con un poco de disimulo, porque, le voy a decir la verdad: es robado.
HESPERIDINA. -¿Cómo?
LUNFARDO. -Por eso se lo doy a ese precio. Si lo llevo a una casa de comercio, pueden sospechar y... Vea: se lo daría en diez pesos. Vale doscientos, cuando menos.
HESPERIDINA. -Bueno. Tome los diez y váyase ligero. (Se aleja a toda prisa.)
LUNFARDO. -¡Diez mangos! ¡No vale ni dos!
Escena II
VIGILANTE. -¿Qué hablabas con ese señor, vos?
LUNFARDO. -Yo... yo... Nada, es que... (Confidencial.) El viejo me llamó pa preguntarme si se había retirado ya una camarera de aquel cafetín.
VIGILANTE. -¡Hum! Está bueno. Seguí no más. Pero andá con mucho ojo en mi parada, sino querés que te retiren el paso.
LUNFARDO. -Pierda cuidado, agente. Lo que es ahora llevo una conducta que ni el ministro de hacienda. (Vase derecha a izquierda. Salen los MARINEROS borrachos del café, y se alejan tomados del brazo, cantando cualquier cosa en inglés. Los papanatas van desapareciendo. Aparece OLIVERA y se detiene a observar el café. A poco salen LA TIGRA y LUIS, se dan el brazo y se encaminan hacia la derecha, pasando por delante de OLIVERA, como si no lo vieran. Éste los deja pasar y luego, de atrás, le toma el brazo a LA TIGRA y la detiene con alguna violencia. LUIS se dispone a agredirlo.)
LA TIGRA. -(Sujetando a LUIS.) Dejame hablarle primero. Luego intervendrás si hace falta.
LUIS. -Es que le voy a dar una lección a ese compadre; dejame.
LA TIGRA. -¡Retirate, te he dicho!...
LUIS. -(Conteniéndose.) ¡Compadre inmundo!
LA TIGRA. -(Aparte a OLIVERA.) ¿Qué se te ofrece?
OLIVERA. -Te dije que salieras sola.
LA TIGRA. -Pues he salido acompañada.
OLIVERA. -Pero te irás conmigo.
LA TIGRA. -Me iré con él.
OLIVERA. -¿Sí? Vamos a verlo.
LUIS. -(Abalanzándose.) Sí que lo vamos a ver.
LA TIGRA. -(Imponente, sujetándolo y alejándolo algunos pasos.) ¡Retírese, mocoso!
LUIS. -(Debatiéndose furioso.) ¡Soltame!... ¡Soltame!... ¡Soltame!...
LA TIGRA. -Vení, cobarde, vení; aquí te lo tengo. Acercate. Hacé la prueba. No le tengas miedo. ¡Atrevete!... ¡Pegale! ¡Tocale un cabello, un cabello siquiera!...
LUIS. -¡Oh, qué vergüenza!
LA TIGRA. -¡Un cabello siquiera!... ¡Ven, ven ven!...
OLIVERA. -Largalo, pues, largalo... No castigo gente indefensa...
LA TIGRA. -¿Por qué, cobarde, no sacas tu daga? Él no tiene armas, ni yo. Atrevete, pues. ¿Por qué no vienes a pegarle una puñalada de las tuyas, ladrón?
LUIS. -¡Por favor! ¡Por favor! ¡Soltame!...
OLIVERA. -Hacele el gusto al muchachito. Te prometo no lastimarlo mucho.
LA TIGRA. -¿Ah, sí? ¡Pues ahí está suelto! (Le suelta. LUIS se abalanza contra OLIVERA. En este instante aparece el VIGILANTE y algunos curiosos, que se interponen.)
Escena III
Dichos, curiosos y VIGILANTE
VIGILANTE. -Obedezcan a la autoridad... ¿Qué es eso?
LA TIGRA. -¡Qué habías de tocarlo, cobarde! (Calmándose.) No ha pasado nada, agente. ¡Con ese tipo nunca pasa nada; es una gallina!...
VIGILANTE. -Vamos a ver, Tigra, sosiéguese. ¿No hay lesiones? ¿Nada grave?... Entonces vayan despejando, porque si no voy a verme obligado a proceder por desorden. ¡A peliar con la almuada, caballeros!...
LA TIGRA. -Vamos, Luis. (Le ofrece el brazo.) Gracias, agente. (Hacen mutis. OLIVERA intenta seguirlos.)
VIGILANTE. -(Deteniéndolo.) ¿Ande va, compañero? Venga por este lao. Déjelos. Si ella le ha faltao, mañana se va a la pieza y se la da, sin intervención de la autoridá.
Mutación.
Cuadro Tercero
(La habitación de LA TIGRA, adornada con cierto buen gusto.)
Escena I
Escena I
LA TIGRA Y LUIS (la primera guiando a éste desde la puerta)
LA TIGRA. -Cuidado, que hay un escalón. Entrá nomás. (Enciende una lámpara.) Esta es mi casa.
LUIS. -Y la mía, ¿no?
LA TIGRA. -Por ahora la mía.
LUIS. -Muchas gracias.
LA TIGRA. -Siéntate por ahí un momento. Estoy un poco fatigada y voy a cambiarme esta bata. ¿Querrías tomar alguna cosa: un té, por ejemplo? (Se oculta detrás del paravat a cambiarse la ropa.) Sobre la cómoda encontrarás un calentador. Puedes ir a prenderlo, mientras yo me desnudo. ¡Oh! Conste que está prohibido mirar, ¿eh?
LUIS. -Ya haremos uso del permiso. Oye; yo preferiría algo más tonificante.
LA TIGRA. -¿Whisky? También hay. En la misma cómoda. Te lo has ganado con los sustos de esta noche.
LUIS. -¿Sustos?
LA TIGRA. -No, hijo. Te has portado. Pero es preciso confesar: tiene buenos puños el sinvergüenza ése. La vez pasada, casi me disloca un hombro.
LUIS. -¡Qué canalla!
LA TIGRA. -¡Oh! No vayas a creer que él salió muy parado. ¿Te serviste?
LUIS. -Sí.
LA TIGRA. -Pon el agua. Yo voy a tomar té.
LUIS. -¿De modo que ese miserable ha llegado hasta a castigarte
LA TIGRA. -Castigarme, no; nunca. Nos hemos peleado a veces: me pega él, le pego yo... Es nuestra ventaja. Una señora de sociedad no se atreve a alzar la mano a su marido cuando la insulta o la muele a palos.
LUIS. -Se separa, se divorcia.
LA TIGRA. -¡Pues vaya una gracia! ¡Separarse del hombre a quien tal vez se quiera, por un moquete más o menos! Y a todo esto, te advierto que no son muchas las mujeres que proceden como yo. Casadas o no casadas, lo más conveniente es que se dejen zurrar la badana. (Apareciendo.) ¿Pero te has dado cuenta de los asuntos que hemos tratado esta noche?
LUIS. -Y de las cosas que hemos hecho.
LA TIGRA. -Se podría escribir una historia. ¿Y el agua, desatento?
LUIS. -No entendí el aparato ese.
LA TIGRA. -¡Chambón! ¿Y con todos esos conocimientos prácticos, me proponías instalar un hogarcito?
LUIS. -Contaba con los tuyos.
LA TIGRA. -Una criada, ¿verdad?
LUIS. -¡Oh!
LA TIGRA. -No me enojo, tontito. ¿No me dices nada de mi palacio?
LUIS. -Un nido.
LA TIGRA. -De fieras. (Pausa. LA TIGRA prepara el servicio de té. LUIS observa la habitación.)
LUIS. -Dime: ¿De quién es este retrato?
LA TIGRA. -¿Cuál?
LUIS. -Esta niña de uniforme.
LA TIGRA. -¿De colegiala? Mi nena.
LUIS. -(Asombrado.) ¡Tu nena!
LA TIGRA. -(Volviéndose, un poco bruscamente.) Sí, mi nena. ¿Te extraña? ¡Mi hijita!
LUIS. -(Un tanto confundido.) Como no me habías hablado de ella.
LA TIGRA. -¿Cómo que no? Todos los días.
LUIS. -Es cierto. Hablabas de una nena...
LA TIGRA. -La mía.
LUIS. -Pero sin mayores referencias, sin concretar. ¡Qué linda es! ¡Qué ojos!...
LA TIGRA. -(Dulcificándose.) ¿Verdad que sí?
LUIS. -¿Qué edad tiene?
LA TIGRA. -Doce años cumplidos en abril. Tamaña moza. Parece mentira. ¿Quieres que te muestre otros retratos de ella? Tengo una colección en este álbum. Verás. Siéntate aquí, a mi lado. Este primero no vale la pena, porque está muy manchado, pero fijate en esta ricura, es un encanto, ¿verdad? ¡Nos dio un trabajo para retratarla! Tenía once meses y era lo más huraña. Yo tuve que ponerme detrás del fotógrafo enseñándole un espejo. Asimismo, salió con la trompita fruncida haciendo un puchero. (Contemplando embelesada el retrato y luego volviendo la hoja.) Aquí ya era una señorona. Cuatro años. Muy grave. (Otra hoja.) Cuando tenía seis, un carnaval, de Manola: la gracia viva. (Advirtiendo que LUIS se ha quedado pensativo, y ofendida, cierra de un golpe el álbum.) Me había olvidado. Perdóname la lata. (Se alza enojada.) ¡Todos son iguales!
LUIS. -¡No, Tigra, no! Fue la emoción. Me contagió tu ternura, te lo juro. Sentía en ese momento una sensación bien extraña... Ganas de llorar. Continúa, ¿quieres? Cuéntame.
LA TIGRA. -¿Te interesa, de veras? (Reaccionando.) Es cierto, sí sí... He sido grosera. ¡Pero tratándose de ella, me pongo tan celosa!... ¿Quieres que sigamos? (Señalando la cómoda.) Mira: estos dos cajones son de ella. Recuerdos: vestidos, juguetes. Este sonajero es de cuando le salieron los primeros dientes. Y aquí está su última muñeca (mostrándola.) Hermosa, ¿verdad?
LUIS. -¿La última?
LA TIGRA. -Es claro. Ya no juega. Es toda una señorita, que sabe francés e inglés, y sólo se preocupa de sus estudios. Hombre: ahora que recuerdo: Tú eres medio poeta, ¿por qué no me haces unos versos, o un diálogo, o cualquier cosa para que se luzca en los exámenes? Una cosa muy moral, ¿eh? ¡Se pondría tan contenta!...
LUIS. -¿Dónde la tienes?
LA TIGRA. -Con las madres alemanas. Un gran colegio religioso.
LUIS. -¿La ves a menudo?
LA TIGRA. -Todos los domingos.
LUIS. -¿Viene aquí?
LA TIGRA. -¿Estás loco? Nos vemos en casa de esa señora amiga, de quien te he hablado. Una persona muy respetable. Ella la puso en el colegio y es quien me representa. ¿No te fastidias? Bueno, siéntate. (Le alcanza la copa de whisky.) Te contaré la historia. La de ella no, porque no la tiene: la mía. Cuando la chica entraba en edad de comprender, fui a ver a esa señora y le dije: esta criatura no debe saber nada de mi vida. No quiero perderme tampoco de su cariño. Ahí la tiene. Desde entonces, la buena señora la ha tenido bajo su tutela. Yo le aconsejé que la pusiera en ese colegio, y soy, naturalmente, quien costea el pupilaje. A propósito: ahí tienes otra de las cosas que me impidieron abandonar esta vida. Con la costura no sacaría ni para comprarle los libros. (Gesto nervioso de LUIS.) Los primeros tiempos la veía con mucha frecuencia, pero a medida que iba creciendo, mis visitas fueron escaseando. Hoy la veo los domingos.
LUIS. -¿Y en qué carácter?
LA TIGRA. -En el de madre. Para ella soy viuda. Su padre ha muerto.
LUIS. -¿Y ha muerto?
LA TIGRA. -No sé. Puede ser. Vez pasada supe que estaba preso en Montevideo, complicado en un robo. Bueno; para ella soy viuda y desempeño el puesto de ama de llaves en una gran casa, tan atareada que sólo dispongo de una hora semanal para estar con ella.
LUIS. -¿Y por qué no de todo el día?
LA TIGRA. -Porque podría ocurrírsele que la sacara a paseo, que la llevara a los teatros o a cualquier parte, e imagínate, con todas las relaciones que tengo y con lo guaranga que es la gente, las vergüenzas que pasaría la pobrecita. La señora la lleva a Palermo, a la Recoleta, a algún teatro. Es en realidad la madre.
LUIS. -¿En el colegio también se ignora tu situación?
LA TIGRA. -Claro que sí. Si supieran las hermanas quién soy, no la tratarían bien a la pobrecita.
LUIS. -¿Pero no temes en las consecuencias de este sistema?
LA TIGRA. -En cuanto a esto estoy completamente tranquila. Los que saben que tengo una hija, ignoran donde está. Tú mismo, con los antecedentes que te he dado, no darías fácilmente con ella. Después... la gente no es tan mala para hacer un daño así, de gusto.
LUIS. -¡Oh, Tigra! ¡Qué buena eres! Si antes te he querido, ahora te admiro, te adoro. Óyeme. Ven conmigo. Pronto seré mayor y entraré en posesión de mis bienes. Vente. Te necesito como mujer, y te necesito como madre.
LA TIGRA. -¡Oh! ¡Criatura! ¡Criatura!
LUIS. -¡Sí, mi Tigra! Abandona ese medio. Nos iremos a vivir lejos, al campo, a otro país, donde nadie nos conozca, donde nadie te avergüence.
LA TIGRA. - Avergonzarme, ¿de qué?
LUIS. -Donde nadie se avergüence de ti. La llevaremos a ella, a la nena, donde puedas quererla a tus anchas con toda libertad, dándole ese mundo de ternura que llevas ahí dentro.
LA TIGRA. -¡Mi niñito, mi niñito inocente! ¡Mi niñito poeta!
LUIS. -Piensa en ella, piensa también en mí. Educada como está, mañana cuando descubra la verdad, podría hasta... repudiarte.
LA TIGRA. -¡Oh! ¡No, nunca! ¡Cálmate y no te exaltes y razonemos como antes! No insistas en lo que no podrá ser nunca. Soy lo bastante honrada para negarte tan franco servicio y te has metido mucho aquí (el corazón) para que pueda ofrecerte lo que doy al primer desconocido que se me acerca. Déjame con mi vida y con mis costumbres. Mañana no daré más. La suerte dispondrá del resto de mis días, pero estaré tranquila. Ella tendrá ya su carrera y será una institutriz, preparada para la lucha, sabrá hallar su lote de felicidad. Como lo he encontrado yo, como todos lo encuentran.
LUIS. -(Con intensa emoción.) ¿Quieres que te dé un beso?
LA TIGRA. -Sí. Vení. (LUIS se le arroja al cuello, llorando.) ¿Qué? ¿Lloras? (Trasportada, le cubre el rostro de besos.) ¡Mí niño! ¡Mi poeta! (Luego se separa y se oculta para enjugarse las lágrimas. Pausa. Reaccionando.) ¡Vamos, Luis! Es tarde y debo acostarme.
LUIS -¡No, no!
LA TIGRA. -(Obligándolo, maternalmente.) Toma tu sombrero, y mañana hablaremos en el café.
LUIS. -(Como atontado, se encamina a la puerta. Antes de salir se vuelve suplicante.) ¡Esta noche al menos!
LA TIGRA. -No. Está la nena en casa. (LUIS la besa respetuosamente la mano y se va.)
LA TIGRA. -Cuidado, que hay un escalón. Entrá nomás. (Enciende una lámpara.) Esta es mi casa.
LUIS. -Y la mía, ¿no?
LA TIGRA. -Por ahora la mía.
LUIS. -Muchas gracias.
LA TIGRA. -Siéntate por ahí un momento. Estoy un poco fatigada y voy a cambiarme esta bata. ¿Querrías tomar alguna cosa: un té, por ejemplo? (Se oculta detrás del paravat a cambiarse la ropa.) Sobre la cómoda encontrarás un calentador. Puedes ir a prenderlo, mientras yo me desnudo. ¡Oh! Conste que está prohibido mirar, ¿eh?
LUIS. -Ya haremos uso del permiso. Oye; yo preferiría algo más tonificante.
LA TIGRA. -¿Whisky? También hay. En la misma cómoda. Te lo has ganado con los sustos de esta noche.
LUIS. -¿Sustos?
LA TIGRA. -No, hijo. Te has portado. Pero es preciso confesar: tiene buenos puños el sinvergüenza ése. La vez pasada, casi me disloca un hombro.
LUIS. -¡Qué canalla!
LA TIGRA. -¡Oh! No vayas a creer que él salió muy parado. ¿Te serviste?
LUIS. -Sí.
LA TIGRA. -Pon el agua. Yo voy a tomar té.
LUIS. -¿De modo que ese miserable ha llegado hasta a castigarte
LA TIGRA. -Castigarme, no; nunca. Nos hemos peleado a veces: me pega él, le pego yo... Es nuestra ventaja. Una señora de sociedad no se atreve a alzar la mano a su marido cuando la insulta o la muele a palos.
LUIS. -Se separa, se divorcia.
LA TIGRA. -¡Pues vaya una gracia! ¡Separarse del hombre a quien tal vez se quiera, por un moquete más o menos! Y a todo esto, te advierto que no son muchas las mujeres que proceden como yo. Casadas o no casadas, lo más conveniente es que se dejen zurrar la badana. (Apareciendo.) ¿Pero te has dado cuenta de los asuntos que hemos tratado esta noche?
LUIS. -Y de las cosas que hemos hecho.
LA TIGRA. -Se podría escribir una historia. ¿Y el agua, desatento?
LUIS. -No entendí el aparato ese.
LA TIGRA. -¡Chambón! ¿Y con todos esos conocimientos prácticos, me proponías instalar un hogarcito?
LUIS. -Contaba con los tuyos.
LA TIGRA. -Una criada, ¿verdad?
LUIS. -¡Oh!
LA TIGRA. -No me enojo, tontito. ¿No me dices nada de mi palacio?
LUIS. -Un nido.
LA TIGRA. -De fieras. (Pausa. LA TIGRA prepara el servicio de té. LUIS observa la habitación.)
LUIS. -Dime: ¿De quién es este retrato?
LA TIGRA. -¿Cuál?
LUIS. -Esta niña de uniforme.
LA TIGRA. -¿De colegiala? Mi nena.
LUIS. -(Asombrado.) ¡Tu nena!
LA TIGRA. -(Volviéndose, un poco bruscamente.) Sí, mi nena. ¿Te extraña? ¡Mi hijita!
LUIS. -(Un tanto confundido.) Como no me habías hablado de ella.
LA TIGRA. -¿Cómo que no? Todos los días.
LUIS. -Es cierto. Hablabas de una nena...
LA TIGRA. -La mía.
LUIS. -Pero sin mayores referencias, sin concretar. ¡Qué linda es! ¡Qué ojos!...
LA TIGRA. -(Dulcificándose.) ¿Verdad que sí?
LUIS. -¿Qué edad tiene?
LA TIGRA. -Doce años cumplidos en abril. Tamaña moza. Parece mentira. ¿Quieres que te muestre otros retratos de ella? Tengo una colección en este álbum. Verás. Siéntate aquí, a mi lado. Este primero no vale la pena, porque está muy manchado, pero fijate en esta ricura, es un encanto, ¿verdad? ¡Nos dio un trabajo para retratarla! Tenía once meses y era lo más huraña. Yo tuve que ponerme detrás del fotógrafo enseñándole un espejo. Asimismo, salió con la trompita fruncida haciendo un puchero. (Contemplando embelesada el retrato y luego volviendo la hoja.) Aquí ya era una señorona. Cuatro años. Muy grave. (Otra hoja.) Cuando tenía seis, un carnaval, de Manola: la gracia viva. (Advirtiendo que LUIS se ha quedado pensativo, y ofendida, cierra de un golpe el álbum.) Me había olvidado. Perdóname la lata. (Se alza enojada.) ¡Todos son iguales!
LUIS. -¡No, Tigra, no! Fue la emoción. Me contagió tu ternura, te lo juro. Sentía en ese momento una sensación bien extraña... Ganas de llorar. Continúa, ¿quieres? Cuéntame.
LA TIGRA. -¿Te interesa, de veras? (Reaccionando.) Es cierto, sí sí... He sido grosera. ¡Pero tratándose de ella, me pongo tan celosa!... ¿Quieres que sigamos? (Señalando la cómoda.) Mira: estos dos cajones son de ella. Recuerdos: vestidos, juguetes. Este sonajero es de cuando le salieron los primeros dientes. Y aquí está su última muñeca (mostrándola.) Hermosa, ¿verdad?
LUIS. -¿La última?
LA TIGRA. -Es claro. Ya no juega. Es toda una señorita, que sabe francés e inglés, y sólo se preocupa de sus estudios. Hombre: ahora que recuerdo: Tú eres medio poeta, ¿por qué no me haces unos versos, o un diálogo, o cualquier cosa para que se luzca en los exámenes? Una cosa muy moral, ¿eh? ¡Se pondría tan contenta!...
LUIS. -¿Dónde la tienes?
LA TIGRA. -Con las madres alemanas. Un gran colegio religioso.
LUIS. -¿La ves a menudo?
LA TIGRA. -Todos los domingos.
LUIS. -¿Viene aquí?
LA TIGRA. -¿Estás loco? Nos vemos en casa de esa señora amiga, de quien te he hablado. Una persona muy respetable. Ella la puso en el colegio y es quien me representa. ¿No te fastidias? Bueno, siéntate. (Le alcanza la copa de whisky.) Te contaré la historia. La de ella no, porque no la tiene: la mía. Cuando la chica entraba en edad de comprender, fui a ver a esa señora y le dije: esta criatura no debe saber nada de mi vida. No quiero perderme tampoco de su cariño. Ahí la tiene. Desde entonces, la buena señora la ha tenido bajo su tutela. Yo le aconsejé que la pusiera en ese colegio, y soy, naturalmente, quien costea el pupilaje. A propósito: ahí tienes otra de las cosas que me impidieron abandonar esta vida. Con la costura no sacaría ni para comprarle los libros. (Gesto nervioso de LUIS.) Los primeros tiempos la veía con mucha frecuencia, pero a medida que iba creciendo, mis visitas fueron escaseando. Hoy la veo los domingos.
LUIS. -¿Y en qué carácter?
LA TIGRA. -En el de madre. Para ella soy viuda. Su padre ha muerto.
LUIS. -¿Y ha muerto?
LA TIGRA. -No sé. Puede ser. Vez pasada supe que estaba preso en Montevideo, complicado en un robo. Bueno; para ella soy viuda y desempeño el puesto de ama de llaves en una gran casa, tan atareada que sólo dispongo de una hora semanal para estar con ella.
LUIS. -¿Y por qué no de todo el día?
LA TIGRA. -Porque podría ocurrírsele que la sacara a paseo, que la llevara a los teatros o a cualquier parte, e imagínate, con todas las relaciones que tengo y con lo guaranga que es la gente, las vergüenzas que pasaría la pobrecita. La señora la lleva a Palermo, a la Recoleta, a algún teatro. Es en realidad la madre.
LUIS. -¿En el colegio también se ignora tu situación?
LA TIGRA. -Claro que sí. Si supieran las hermanas quién soy, no la tratarían bien a la pobrecita.
LUIS. -¿Pero no temes en las consecuencias de este sistema?
LA TIGRA. -En cuanto a esto estoy completamente tranquila. Los que saben que tengo una hija, ignoran donde está. Tú mismo, con los antecedentes que te he dado, no darías fácilmente con ella. Después... la gente no es tan mala para hacer un daño así, de gusto.
LUIS. -¡Oh, Tigra! ¡Qué buena eres! Si antes te he querido, ahora te admiro, te adoro. Óyeme. Ven conmigo. Pronto seré mayor y entraré en posesión de mis bienes. Vente. Te necesito como mujer, y te necesito como madre.
LA TIGRA. -¡Oh! ¡Criatura! ¡Criatura!
LUIS. -¡Sí, mi Tigra! Abandona ese medio. Nos iremos a vivir lejos, al campo, a otro país, donde nadie nos conozca, donde nadie te avergüence.
LA TIGRA. - Avergonzarme, ¿de qué?
LUIS. -Donde nadie se avergüence de ti. La llevaremos a ella, a la nena, donde puedas quererla a tus anchas con toda libertad, dándole ese mundo de ternura que llevas ahí dentro.
LA TIGRA. -¡Mi niñito, mi niñito inocente! ¡Mi niñito poeta!
LUIS. -Piensa en ella, piensa también en mí. Educada como está, mañana cuando descubra la verdad, podría hasta... repudiarte.
LA TIGRA. -¡Oh! ¡No, nunca! ¡Cálmate y no te exaltes y razonemos como antes! No insistas en lo que no podrá ser nunca. Soy lo bastante honrada para negarte tan franco servicio y te has metido mucho aquí (el corazón) para que pueda ofrecerte lo que doy al primer desconocido que se me acerca. Déjame con mi vida y con mis costumbres. Mañana no daré más. La suerte dispondrá del resto de mis días, pero estaré tranquila. Ella tendrá ya su carrera y será una institutriz, preparada para la lucha, sabrá hallar su lote de felicidad. Como lo he encontrado yo, como todos lo encuentran.
LUIS. -(Con intensa emoción.) ¿Quieres que te dé un beso?
LA TIGRA. -Sí. Vení. (LUIS se le arroja al cuello, llorando.) ¿Qué? ¿Lloras? (Trasportada, le cubre el rostro de besos.) ¡Mí niño! ¡Mi poeta! (Luego se separa y se oculta para enjugarse las lágrimas. Pausa. Reaccionando.) ¡Vamos, Luis! Es tarde y debo acostarme.
LUIS -¡No, no!
LA TIGRA. -(Obligándolo, maternalmente.) Toma tu sombrero, y mañana hablaremos en el café.
LUIS. -(Como atontado, se encamina a la puerta. Antes de salir se vuelve suplicante.) ¡Esta noche al menos!
LA TIGRA. -No. Está la nena en casa. (LUIS la besa respetuosamente la mano y se va.)
Telón.
Florencio Sánchez
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