domingo, 11 de marzo de 2012

Información sobre Edad Media y los Romances

EDAD MEDIA ESPAÑOLA

LA UNIDAD RELIGIOSA

  El catolicismo, fundamentado en la iglesia romana, domina todas las formas de la política y espiritualidad de la época. La frase contemporánea era que "la ciencia toda era sierva de la teología". El ideal era un escalonamiento armonioso de natura, gracia y gloria. La gracia se representaba por Jesucristo, y la gloria era la perspectiva del mundo eterno de la gloria.
De esta manera, la vida que importa es la que pasará después de la muerte física. Esa vida depende de las obras en esta tierra, según la Iglesia Católica. Así que nuestra vida en la tierra no es más que un pasaje tortuoso, de prueba, un “valle de lágrimas”, que debemos soportar para llegar al paraíso, o al infierno, dependiendo de nuestro comportamiento.

LA UNIDAD CULTURAL

La lengua favorece la unidad cultural. Una sola lengua, el latín constituye el vehículo de la cultura medieval. Es lengua de la ciencia y el arte literario. El utilizar este lengua sirve de tradición, que luego el Renacimiento recoge y reaviva.
La Iglesia Católica es la que maneja todos los aspectos culturales, ya que es la única que tiene acceso a la lectura y la escritura. Así pues, es la que tiene “la verdad” y la transmite según lo que considera que debe llegar a los fieles.
Es también, gracias al esfuerzo de los copistas, que logran conservar la cultura que hoy tenemos de la época clásica.

LA ÉPICA CASTELLANA MEDIEVAL

La primitiva poesía medieval española, es obra de dos escuelas poética: el mester de juglaría y el mester de clerecía. La segunda se debe a clérigos o letrados, y la primera se desempeña por juglares que propagan una poesía más o menos oral, en versos irregulares y asonantes, cuyos asuntos son originariamente los cantares de gesta. Según MenÉndez Pidal, los juglares eran todos los que se ganaban la vida actuando ante un público, para recrearle con la música, literatura o con la mímica. Solían vestir trajes de varios y chillones colores, y sus cantos eran la expresión del sentir colectivo o la noticia histórica del cronista anónimo que ellos difundían entre el pueblo.

CANTARES DE GESTA

Se llaman así a ciertos poemas épicos primitivos, de carácter popular y anónimo, que ensalzan las hazañas (gestas) de los héroes nacionales o las rivalidades sangrientas entre familias distinguidas, la peripecia de la independencia castellana. Los cantares de Gesta florecen en los siglos XII y XIII y luego evolucionan y dan origen a los romances.

ORIGEN DE LA EPICA ESPAÑOLA

Hay tres teorías que explican el origen de la épica española. Según Gastón Paris es de origen francés, Julián Rivera dice que es de origen arábigo andaluz, y Menéndez Pidal dice que es germánico. La literatura española por encima de las influencias extrañas, presenta caracteres tan peculiares que le dan personalidad propia diferenciándolo del resto de la épica europea. Estos caracteres son:
1.Realismo- se presenta con la ausencia casi total de elementos maravillosos y fantásticos
2.Historicidad- es consecuencia de lo anterior, por la proximidad de los hechos narrados, que hacía imposible su falseamiento pues eran conocidos por el público. Es por eso que los cronistas medievales utilizaron estos cantares como documentos históricos.
3.Tradicionalismo- La persistencia de los temas épicos medievales.
En cuanto a la forma se distinguen los cantares de gesta españoles por su irregularidad métrica y estrófica: los versos tienen de 10 a 18 sílabas, y se agrupan en coplas desiguales, monórrimas o asonantadas.

Romance del veneno de Moriana (Texto)

Romance del veneno de Moriana

Madrugaba don Alonso
a poco del sol salido;
convidando va a su boda
a los parientes y amigos;
a las puertas de Moriana
sofrenaba su rocino:
—Buenos días, Moriana.
—Don Alonso, bien venido.
—Vengo a brindarte Moriana,
para mi boda el domingo.
—Esas bodas, don Alonso,
debieran de ser conmigo;
pero ya que no lo sean,
igual el convite estimo,
y en prueba de la amistad
beberás del fresco vino,
el que solías beber
dentro en mi cuarto florido.
Moriana, muy ligera
en su cuarto se ha metido;
tres onzas de solimán
con el acero ha molido,
de la víbora los ojos,
sangre de un alacrán vivo:
—Bebe, bebe, don Alonso,
bebe de este fresco vino.
—Bebe primero, Moriana,
que así está puesto en estilo.
Levantó el vaso Moriana,
lo puso en sus labios finos;
los dientes tiene menudos,
gota dentro no ha vertido.
Don Alonso, como es mozo,
maldita gota ha perdido.
—¿Qué me diste, Moriana,
qué me diste en este vino?
¡Las riendas tengo en la mano
y no veo a mi rocino!
—Vuelve a casa, don Alonso,
que el día ya va corrido
y se celará tu esposa
si quedas acá conmigo.
—¿Qué me diste, Moriana, 
que pierdo todo el sentido?
¡Sáname de este veneno,
yo me he de casar contigo!
—No puede ser, don Alonso,
que el corazón te ha partido.
—¡Desdichada de mi madre
que ya no me verá vivo!
—Más desdichada la mía
desque te hube conocido.

jueves, 1 de marzo de 2012

El Cazador - John Collier




“El cazador” de John Collier


Alan Austen, nervioso como un gato, subió cierta oscura y crujiente escalera en las inmediaciones de Pell Street y escudriñó un momento, en el sombrío rellano, antes de localizar el nombre que buscaba, escrito confusamente sobre una de las puertas.
Empujó esa puerta, como se le había indicado, y se encontró en una pequeña estancia, en la que no había más mobiliario que una sencilla mesa de cocina, una mecedora y una silla corriente. En una de las sucias paredes color gris había un par de anaqueles que contenía en total, quizás, una docena de botellas y tarros.
Un hombre viejo estaba sentado en la mecedora, leyendo un periódico. Alan, sin palabras, le entregó la tarjeta que le habían dado.
—Siéntese, señor Austen —indicó el viejo con gran cortesía—. Tengo mucho gusto en conocerlo.
—¿Es verdad que posee usted cierta mixtura de... hum... unos efectos muy extraordinarios?
—Mi querido señor —contestó el anciano—, mis existencias de ese género no son muy amplias, pero no dejan de ser variadas. No trabajo compuestos comunes... Creo que nada de lo que vendo tiene efectos que puedan ser descritos precisamente como corrientes.
—Bien, el hecho es... —empezó Alan.
—Por ejemplo —le interrumpió el viejo, tomando una botella del anaquel—, aquí está un líquido incoloro como el agua, casi insípido, completamente imperceptible si se disuelve en café, vino o cualquier otra bebida. Pasaría también totalmente inadvertido en cualquier método usual de autopsia.
—¿Quiere decir que se trata de un veneno? —exclamó Alan horrorizado.
—Llámelo detergente, si le place —continuó el viejo con indiferencia—. Quizá sirva para limpiar guantes. Jamás lo he intentado. Se podría llamar detergente de vidas. Las vidas necesitan limpieza a veces.
—No deseo nada de esa clase —precisó Alan.
—Probablemente algo parecido —manifestó el anciano—.¿Sabe el precio? Por una cucharadita de té, que es suficiente, pido cinco mil dólares. Nunca menos. Ni un centavo menos.
—Espero que no todos sus productos sean tan caros —dijo Alan, aprensivamente.
—¡Oh, no! —exclamó el viejo—. No sería justo poner ese precio a una poción de amor, por ejemplo. Los jóvenes que necesitan una poción de amor, muy raramente tienen cinco mil dólares. De otro modo no la necesitarían.
—Me complace oír eso —dijo Alan.
—Mi opinión es ésta —explicó el viejo—; complazca a un cliente con un artículo y volverá cada vez que necesite otro. Aunque sea más costoso. Ahorrará para ello, si es preciso.
—¿De manera que vende realmente pociones de amor? —preguntó Alan.

—Si no vendiese pociones de amor —afirmó el anciano, tomando otro frasco—, no le habría mencionado el otro asunto. Únicamente cuando se tiene oportunidad de prestar un servicio se puede ser tan confidencial.
—Y esas pociones —continuó— no son precisamente... hum...
—En absoluto —exclamó el viejo—. Sus efectos son permanentes y se prolongan mucho mas allá del mero impulso casual. Pero lo incluyen. ¡Ya lo creo que lo incluyen! Generosa, insistentemente, eternamente.
—¡Dios mío! —murmuró Alan, que intentó dar otro matiz a sus palabras—. ¡Qué interesante!
—Además, considere el aspecto espiritual —prosiguió el viejo.
—No dejo de hacerlo —aseguró Alan.
—A la indiferencia —explicó el anciano— sustituye la devoción. Al desdén, la adoración. Dé una pequeña cantidad de esto a una muchacha. El sabor es imperceptible en zumo de naranja, sopa o cocteles. Y, por alegre e inconstante que sea, cambiará por completo. No deseará nada más que la soledad y a usted.
—Apenas puedo creerlo —admitió Alan—. Es tan aficionada a las reuniones...
—Ya no le agradarán más —aseguró el viejo—. Sentirá temor de las muchachas bonitas que pueda conocer.
—¿Tendrá verdaderos celos? —saltó Alan en un rapto de entusiasmo—. ¿De mí?
—Sí, deseará ser todo para usted.
—Ya lo es. Pero eso no le preocupa.
—Lo hará cuando tome esto. Se preocupará intensamente. Usted será su único interés en la vida.
—¡Maravilloso! —gritó Alan.
—Deseará saber todo lo que haga —continuó el viejo—. Todo cuanto le ha sucedido durante el día. Cada palabra. Querrá conocer lo que está pensando, por qué sonríe súbitamente, por qué parece triste.
—¡Eso es amor! —gritó Alan.
—Sí —asintió el anciano—. ¡Con qué cariño le cuidará! Nunca permitirá que se fatigue, que se siente en una corriente de aire, que descuide su alimentación. Si se retrasa usted una hora, estará aterrada. Pensará que le han matado o que alguna sirena le ha atrapado.
—¡Apenas puedo imaginar a Diana así! —exclamó Alan, abrumado de alegría.
—No tendrá usted que emplear su imaginación —aseguró el anciano—. Y, a propósito, ya que siempre existen sirenas, si por cualquier casualidad usted necesitara más tarde una pequeña escapada, no necesita preocuparse... Ella terminará por perdonarle. Por supuesto, quedará terriblemente afectada, pero al final le perdonará.
—Eso no sucederá —afirmó Alan fervientemente.
—Desde luego que no —dijo el viejo—. No obstante, si sucediese, no necesita preocuparse. Jamás se divorciará de usted. Y, naturalmente, nunca le dará el menor, el más pequeño motivo de... disgusto.
—¿Y cuánto vale esa maravillosa mixtura? —preguntó Alan.
—No es tan cara —informó el viejo—, como el detergente de vidas, como a veces lo llamo. No. Ese vale cinco mil dólares, ni un centavo menos. Hay que ser más viejo que usted para permitirse ese lujo. Hace falta ahorrar para ello.

—Pero ¿y la poción de amor? —imploró Alan.
—¡Oh! —exclamó el viejo abriendo un cajón de la mesa de cocina para sacar un frasquito, de aspecto más bien sucio—. Esto vale sólo un dólar.
—No puedo expresarle mi reconocimiento —afirmó Alan, observando cómo lo llenaba.
—Me agrada prestar un servicio —explicó el anciano—. Los clientes vuelven más tarde cuando están mejor situados en la vida y desean cosas más caras. Aquí lo tiene. Lo encontrará muy efectivo.
—Gracias de nuevo —dijo Alan—. Adiós.
—Hasta la vista —respondió el viejo.

Romances medievales

  LOS ROMANCES Definición Se llama romance, en literatura, a la composición épico-lírica que consiste en una tirada larga de versos o...