Mácbeth: la trampa de la ambición
Análisis del Acto I (esc.III, V, VII)
Trabajo
realizado por la Prof. Paola De Nigris
La
tragedia de Mácbeth es la tragedia de la ambición desmedida, que
convierte al hombre en un monstruo. El deseo de poder de Mácbeth lo
lleva a cruzar la línea entre lo humano y lo bestial. Es el
desequilibrio el gran tema de Shakespeare, un desequilibrio que
proviene del interior del hombre. Ésta es la tragedia de la
naturaleza desatada, donde la oscuridad, la tormenta y el color de la
sangre tiñen el paisaje.
Estas
fuerzas de la naturaleza desatadas están encarnadas por las brujas,
personajes oscuros y sobrenaturales que mostrarán a Mácbeth lo que
él mismo quiere y ambiciona. Ellas expresarán lo que él quiere
escuchar, pero todo su accionar será consecuencia de su deseo
interior, y no necesariamente de un poder que ellas tengan.
Las
escenas elegidas mostrarán este aspecto y a la relación entre
Mácbeth y Lady Mácbeth, personaje crucial para provocar el salto
del Mácbeth al abismo.
La
escena III comienza con la aparición de estos personajes
sobrenaturales. Ya en la primera escena habían mostrado su discurso
ambiguo, en el medio del páramo. Habían demostrado que no
pertenecían al mundo humano: “¿Cuándo nos volveremos a ver? ¿En
el trueno, en la lluvia, en la tormenta?”; o también el lenguaje
misterioso, ambiguo que usaban, tales como “lo bello es feo y lo
feo hermoso” o cuando “haya derrota y victoria”. Ese lenguaje
oscuro también lo empleará Mácbeth en el primer parlamento que
utilice, dando a entender que realmente él comprenderá el lenguaje
de las brujas, ya que ellas hablarán de lo que nadie más que él y
su esposa sabían hasta el momento.
Mácbeth
es presentado indirectamente, pasan tres escenas antes de que
realmente él aparezca. Primero es mencionado por las brujas, luego
en la escena II por su victoria que es comunicada al rey quien decide
darle el título de Señor Cawdor, ya que el Señor de Cawdor era un
traidor y por tal motivo será sacrificado. Es interesante ver que
las ropas con las que vestirán a Mácbeth son las ropas de un
traidor, siendo luego él también uno. Pero Duncan confía
plenamente en su pariente, y no sospecha que de él vendrá la
traición. Todo esto va preparando el terreno para la aparición de
Mácbeth y para mostrar en la trampa que cae.
El
lenguaje de las brujas suena incoherente al oído humano, y es su
musicalidad lo que nos permite descubrir el poder del conjuro. Su
fuerza será la de la palabra, al menos en Mácbeth. Ellas se
muestran vengativas, y juguetonas con una mujer que ha rechazado sus
poderes, y entonces han hecho que su marido no pueda dormir jamás:
“no podrá entregarse al sueño/ ni de noche ni de día;/ su vida
será maldita./ En pena un mes y otro mes,/ ha de menguar y caer;/ y
aunque el barco no se pierda, / lo batirán las tormentas”. Esto
que las brujas han pronosticado para el esposo de aquella que rechazó
sus poderes, será precisamente lo que vivirá Mácbeth, quien en la
obra se dirá que ha matado el sueño, y cuyo futuro será no poder
dormir nunca dominado por el miedo a perder el poder, a ser
descubierto, y las tormentas de su interior lo destruirán. Por lo
tanto esta pequeña historia que antecede a la aparición de Mácbeth
no es otra cosa que un anticipo de su tragedia. Él aceptará los
dichos de las brujas, pero igual terminará como este hombre.
Además
de esta historia que antecede y anticipa la caída del protagonista,
el dramaturgo pone una acotación importante en la obra, ya que las
obras de Shakespeare carecen de ellas, dado que como las obras las
escribía y dirigía la misma persona, no eran necesarias. Sin
embargo, esta es importante porque lo que se quiere mostrar es la
grandeza del personaje que entra en escena. Es el protagonista, y su
ambición es el poder, así que la acotación que dice “tambor
dentro” es crucial para anunciar esa llegada con pomposidad.
Este
tambor también le anuncia a las Hermanas Fatídicas la llegada de
Mácbeth, así se preparan para realizar un hechizo antes de que éste
aparezca.
El
primer parlamento de Mácbeth ya lo pone en conexión con estas
fuerzas del mal: “un día bello y feo”, es esta antítesis la que
también han usado las brujas. Es un día bello porque vienen
victoriosos de la batalla, y feo porque está gris y lloviendo. Lo
mismo ha sucedido con aquel extraño parlamento en que las brujas
predijeron “cuando haya derrota y victoria”, porque Mácbeth
vendrá victorioso, pero su derrota empezará con la aparición de
estas Hermanas Fatídicas.
Es
importante aclarar que la expresión “fatídica” viene de
“fatalidad”, así que estas hermanas representarían el destino
de Mácbeth, lo que lo transforma en un héroe trágico, dado que es
imposible que pueda luchar contra su destino. Sin embargo, en algún
momento Banquo le dice que a veces estas apariciones nos anuncian
trampas, en la que él no cae. Por lo cual cabe la pregunta de si el
hombre es capaz de elegir su destino en el mundo de Shakespeare.
Cuando
Banquo ve a las brujas, en seguida las describe, dando a entender que
no parecen seres de este mundo, no parecen humanas, pero comprenden
lo que dicen, le hacen un gesto silencio, no parecen mujeres ni
hombres, no hay nada en ellas normal, sin embargo Banquo no se
amedrenta, habla, aunque le hayan mandado callar. Esta actitud del
personaje lo va a definir, ya que a él también le van a dar alguna
predicción, pero él no la tomará en serio, a diferencia de Mácbeth
que desde el primer momento que las vio, quedó callado y no pudo
hablar, porque él intuía qué significaba esa aparición.
Recién
después que Banquo termina su larga descripción, Mácbeth habla,
escueto, con miedo, pero no de ellas, sino de lo que ellas saben de
él. Por eso las increpa a hablar.
Las
brujas presentan su trampa, habían dado tres vueltas antes de que
Mácbeth apareciera, y tres van a ser los títulos que le den. El
primero es “Barón de Glamis”, el segundo “Barón de Cadwor”,
y el último el de Rey. La trampa radica en que el primero es cierto,
y él lo sabe, con lo cual ya es extraño que ellas lo llamen por sus
títulos cuando en realidad él nunca las vio. El segundo él no lo
sabe, pero en la escena anterior, el espectador había visto que ese
título ya se lo habían dado a él, y que los mensajeros del Rey
venían en camino para anunciárselo. Esto provocará una gran
conmoción en él cuando descubra que lo que le dijeron las brujas se
cumpliría, pero el tercero no sucedió ni va a suceder si él no
hace algo. Cuando él descubra que el segundo es cierto, se planteará
la posibilidad de acelerar el tercero, porque sabe que los manejos
políticos del Rey no le permitirán serlo fácilmente, además
Duncan, el Rey, aún goza de buena salud.
Banquo
repara que ante tal afirmación, Mácbeth se sobresalta. Es que
Mácbeth acaba de ser descubierto en su interior. Nadie sabía, más
que su esposa que esa era su mayor ambición, y estas mujeres se lo
prometen como si hubieran leído su anhelo más profundo e íntimo.
Para Banquo todo esto es algo sin importancia, lo toma como un simple
horóscopo, y por eso se muestra despreocupado cuando las increpa
diciendo que a él no lo saludan, y a su amigo sí, y lo han hecho
con tanto título que lo han dejado absorto. El desenfado de Banquo
lo lleva a la insolencia de probarlas, increpándolas para que digan
algo a él también, ya que “podéis penetrar las semillas del
tiempo”, metáfora que resulta casi irónica, dado que las está
probando, por eso le dice que no suplica sus favores ni teme su odio.
Banquo no cree, no se atemoriza, porque tampoco hay en él maldad.
Sin embargo la metáfora “semillas del tiempo” resulta
interesante. Las semillas que son vida en potencia que aún no se ha
desarrollado son conocidas por ellas, como si el tiempo estuviera
concentrado en las semillas y ellas pudieran acceder a sus secretos.
De estas semilla crecerá algo. En el caso de Mácbeth, son semillas
de amargura que sólo se descubrirán cuando salgan a la luz.
Las
brujas lo saludan, pero lo hacen sin títulos, y cuando predicen algo
para él lo hacen con ambigüedad, porque saben que no es con él con
quien se van a divertir. “Menos que Mácbeth, pero más grande (…)
Menos feliz, y mucho más feliz. Engendrarás reyes, mas no serás
rey”. Este mensaje para Banquo es vacío, y para Mácbeth adquirirá
sentido cuando él se anime a matar a Duncan. Es este mensaje lo que
lo llevará a la muerte, a causa de la desconfianza de Mábeth con
respecto a él.
Una
vez que Mácbeth recobra el aliento y sale de la sorpresa, increpa a
las brujas para que le digan cómo saben eso, pero basta con que les
ordene que le expliquen para que estas desaparezcan, porque ellas no
tienen por qué recibir órdenes de nadie, y su propósito ya ha sido
cumplida, que fue sembrar la “semilla del tiempo” como el mismo
Banquo lo definió, porque sólo tiempo es lo que se necesita para
que estas crezcan y el mal se desate.
Ambos
quedan comentando la aparición y es Banquo, nuevamente, quien
sabiamente se pregunta “¿Estaban aquí los seres de que hablamos?
¿No habremos comido la raíz de la locura, que hace prisionera a la
razón?”, y justamente es la locura la que se hará prisionera de
la razón en Mácbeth, porque esa locura, que ya estaba dentro de él,
ahora hace raíz con estos presagios y crece aprisionando a la razón
y transformándolo en un sanguinario despótico.
Llegan
los mensajeros del Rey a proclamarlo Barón de Cawdor, y esto desata
una nueva tormenta dentro de Mácbeth. En cuanto se entera, él
piensa: “lo más grande después” y ya cayó en la trampa del
destino. Es Banquo quien le advierte que “eso creído ciegamente
podría empujarte a la corona”. Su amigo se da cuenta que Mácbeth
es capaz de dejarse nublar la razón. Y le dice más “aunque es muy
extraño las fuerzas de las sombras nos dicen verdades, nos tientan
con minucias, para luego engañarnos en lo grave y trascendente”,
él ha comprendido lo peligroso que es creer ciegamente en esos
presagios, porque al fin y al cabo aquello sobrenatural que se
exterioriza, no es más que nuestros deseos interiores, nuestras
fuerzas del mal, que todo hombre posee. En este aspecto Mácbeth
también cumple con los requisitos de un héroe trágico, ya que no
sólo luchará contra su destino, sino que además será un hombre
como cualquiera movido por una ambición desmedida, lo que permitirá
al público identificarse y hacer la “catarsis”.
Ante
esta revelación Mácbeth duda: “no puede ser mala, no puede ser
buena”. Una vez más la ambigüedad se apodera de él. Piensa, si
es mala, no deberían haber hecho una promesa de éxito empezando con
una verdad, si es buena, no comprende por qué se le ocurre que sólo
a través del asesinato sería posible. Se le ocurre porque ya lo ha
pensado antes, y tal idea le horroriza, aún conserva su humanidad,
sabe que tal acto sería violar las leyes naturales. “Es menor un
peligro real que un horror imaginario”, todo aquello que aún está
en su imaginación es más terrible que cualquier realidad. Sabe que
matar es la línea delgada que lo separa de lo humano por eso la sola
idea “sacude su entera humanidad”, y no está seguro de poder
llevarla a cabo. Termina concluyendo que lo mejor es que si este
presagio es real, pues que lo sea por los medios lícitos, por el
azar, sin que su mano tenga que empuñar la daga de la traición.
Pero
eso no será posible porque es allí donde Lady Mácbeth hará su
obra. El personaje de Lady Mácbeth es muy controvertido, y sólo
viéndola en toda la obra se puede llegar a una idea de su
profundidad. En la escena V ella recibe una carta de su esposo que le
cuenta cómo se encontró con las Hermanas Fatídicas y lo que le
pronosticaron.
Es
la forma en que termina la carta lo que nos arroja luz sobre esta
relación: “He juzgado oportuno contártelo, querida compañera en
la grandeza, porque no quedes privada del debido regocijo ignorando
el esplendor que se te anuncia. Guárdalo en secreto y adiós”. La
carta está dirigida a su esposa, pero a aquella parte de su esposa
que conoce y comparte con él su intimidad y sus pasiones. En una
palabra, es la carta a una amante, con la que ha compartido este
secreto y quien conoce profundamente el deseo de su esposo. Él la
llama “querida compañera en la grandeza” y esto no será
necesariamente así, ya que una vez que él se convierta en Rey, ella
no tendrá ningún protagonismo más, ni si quiera compartirá más
nada con él, porque él mismo la dejará a un lado de todo el horror
que comienza a desatar. Así que ningún beneficio obtendrá de ser
reina, no es a ella a quien le han anunciado nada, sin embargo él la
hace partícipe “el esplendor que se te anuncia”. La ambición es
de él, no de ella. La de ella es ver que su hombre cumple con sus
deseos, y si ella colabora para que eso suceda, su mente femenina
supone que la querrá más y la necesitará, lo cual es una gran
falacia. Pero la sola idea de pensar que se quedó con las ganas de
ser algo y no pudo, de sentirse cobarde, es algo que ella no
permitirá que él viva.
Ella
conoce el corazón de su esposo: “mas temo tu carácter: está muy
empapado de leche de bondad para tomar los atajos”. Ella sabe que
Mácbeth tiene reparos, es leal, y la metáfora de la leche sugiere
la inocencia, él no se animaría a tomar atajos. Sabe que es
ambicioso, pero no está dispuesto a la maldad que debe acompañar
esa ambición. Sabe, como ya lo ha dicho el mismo Mácbeth para sus
adentros, que él quisiera ganar pero no ensuciarse en el juego, y
que su deseo le infunde pavor. Pero lo que Lady Mácbeth no comprende
es lo que significa cruzar esa línea sucia, la línea de la sangre,
mientras que Mácbeth tiene claro lo que se juega en ello.
Ella
sabe cuál es su fuerza: la palabra, y no la acción. Ella no podría
matar a una mosca. Ella no es una mujer fuerte y fría como aparenta.
Si así lo fuera no necesitaría invocar a las fuerzas del mal para
que le den coraje. Si así fuera, mataría ella misma a Duncan, pero
no puede hacerlo, porque ella misma dice que le recuerda a su padre.
Si fuera fuerte realmente, no se volvería loca y se suicidaría. Su
poder es la palabra que exhorta, pero que no piensa en lo que desata.
Si lo hiciera, no tendría fuerza ni siquiera para eso. Pero ella
sabe que con lo único que cuenta es “con el brío de mi lengua”.
Invoca
estas fuerzas oscuras, con un lenguaje altamente violento, si así lo
hace es porque necesita fuerza para “servir a propósitos de
muerte”. Si necesita que le quiten la ternura, es porque la tiene.
Si necesita llenarse de crueldad es porque tiene miedo de
enternecerse y flaquear ante tan espantosa traición. Pide la más
ciega crueldad, no ver lo que significa lo que planea hacer. Si pide
que se espese su sangre, que se tape toda entrada por la que pudiera
acceder la piedad, es porque sabe que es vulnerable a ella. Ella sabe
que debe mantenerse firme para transmitir firmeza a su marido, si
ella flaquea, nada de lo que él ambiciona podrá llevarse a cabo.
Todo lo femenino, lo dulce, lo maternal debe convertirse en hiel, en
fuerza espesa y atroz, porque la mujer no es por naturaleza fuerte
como para llevar a cabo la crueldad de un asesinato sin
remordimientos. Pero aquello que tapamos por algún lado, y algún
momento tiene que explotar, y así sucede con ella cuando se de
cuenta que toda esta acción no hará más que dejarla en la más
absoluta soledad.
Pero
si Mácbeth confió en ella es porque sabía que ella tenía la
fuerza para hacerlo actuar. Y ella se lo dice claramente: “Para
engañar al mundo parécete al mundo”, “Parecéte a la cándida
flor, pero sé la serpiente que hay debajo”. Esta es la metáfora
que identifica a Lady Mácbeth, este será su fuerte, parecerá una
flor, cándida, dulce, suave, frágil, pero debajo estará la
serpiente, la imagen de la tentación, de la venganza, de la maldad.
La intertextualidad bíblica es evidente.
Tanto
la escena VI como la VII ocurren en la noche y el ambiente visual de
las antorchas y el sonoro de los oboes y los clarinetes recuerdan el
Apocalipsis, donde los ángeles tocaban las trompetas, donde el clima
estaba cargado de antorchas que anunciaban la caída del mundo. Así
se presenta la entrada del rey Duncan a la casa de Mácbeth.
Mácbeth
tiene la oportunidad de deslizarse fuera del banquete para
reflexionar y este es el momento de mayor lucidez del personaje. “Si
darle fin ya fuera el fin, más valdría darle fin pronto” pero
Mácbeth sabe que eso no es lo difícil, lo complicado es lo que pasa
después, la conciencia. Él sabe que no todo termina con el acto de
matar, ese no es el fin, sino el principio de lo peor, porque si sólo
fuera el acto uno podría hasta atreverse a arriesgar la otra vida,
al fin y al cabo, no importaría tanto si acá todo estuviera bien.
Pero él sabe que hay un infierno en la tierra y lo que se hace acá,
acá también se paga, y la sangre que se derrama atormenta a quien
la derramó. “La ecuánime justicia ofrece a nuestros labios el
veneno de nuestro propio cáliz”, la justicia personificada nos da
a beber del mismo veneno que nosotros ofrecemos a otros, lo mismo que
hacemos, eso nos harán.
Mácbeth
considera la situación y se da cuenta de lo terrible que es su
traición. En primer lugar porque Duncan es su pariente y él es
súbdito suyo, con lo cual matarlo implicaría derramar su propia
sangre y un acto de traición a la corona a la que juró respeto y
devoción. En segundo lugar porque es su anfitrión, y como huésped
está amparado bajo las leyes de la hospitalidad, leyes sagradas que
implican que su anfitrión debe velar por la comodidad y la seguridad
de su huésped, por lo tanto empuñar la daga contra él sería una
doble traición a su confianza.
La
imagen que Mácbeth da de Duncan es reveladora. Lo muestra como un
hombre manso, virtuoso y digno y esto contrasta con el horror del
crimen. Cuanto más sublime, inocente y perfecto se presente Duncan a
los ojos de Mácbeth, más rastrero y vil sentirá su crimen. Utiliza
imágenes del Apocalipsis para mostrar lo detestable de su accionar:
“como ángeles con lengua de clarín y la piedad, cual recién
nacido”; así imagina que su crimen se oirá en el cielo. La
antítesis es feroz, ni Duncan es tan inocente como él lo piensa, ni
es la encarnación de la piedad. Duncan sabe lo que está provocando.
Convengamos que él le dio el título de Barón de Cawdor y le dijo a
los mensajeros que ese era el principio de grandes honores. Pero en
cuanto estuvo frente a Mácbeth nombró a su hijo como Barón y
sucesor al trono. Si bien el trono no se daba por herencia, sino que
era necesario el apoyo de los otros Barones, el Rey tenía una gran
incidencia en este nombramiento, por el respeto natural que todos le
prodigaban. Así que si ante la promesa a Mácbeth, ésta queda en un
nombramiento que lo aleja de la corona, Duncan, que conoce el hacer
político, sabe que tal acción no sería precisamente lo que Mácbeth
esperaba, por lo tanto su inocencia y su virtud, sólo sirven para
aumentar la culpa que Mácbeth siente en su interior por la acción
que piensa cometer. Tanta es ésta que lo comparará con un querubín
montado en corceles invisibles, que denunciarán la acción
traicionera que piensa hacer. La conclusión de este monólogo
muestra la lucidez que el protagonista tiene en este momento, sabe
que la ambición lo lleva a un salto y que cuanto más se sube más
bajo se cae.
Lady
Mácbeth interrumpirá sus pensamientos para darle fuerza, y decirle
que no podrá soportar vivir con el querer pero no atreverse, y
Mácbeth contestará lúcidamente: “me atrevo a todo lo que sea
digno de un hombre. Quien se atreve a más, no lo es”. Esas
palabras marcarán el último momento de lucidez del protagonista.
Pero para Lady Mácbeth ser hombre significa exactamente lo
contrario, porque ella sólo ve el momento, y no las consecuencias; y
un verdadero hombre para ella, será el que se atreva a ser lo que
quiere ser. Piensa que la acción es sencilla y allí queda. Mácbeth
está pensando más allá, pero la fuerza de las palabras de su
mujer, lo llevan a confirmarse en el horror de la traición. Ella
misma pondrá de ejemplo la tierna imagen de una madre amantando que
desprende a su hijo del pecho para estrellar su cabeza, si fuera
necesario. Pero lo de ella son sólo palabras, no acciones, sino
palabras en acción que quitan toda duda de la mente de Mácbeth.
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ResponderEliminarMe encanto este análisis!! Muchas gracias x ayudarnos con tus aportes. Saludos desde Maldonado, Uruguay.
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