Proceso de la
locura
(Segunda parte
del Cap.I de “El Quijote)
Trabajo realizado por la Prof. Paola De Nigris
En este proceso de la locura del hidalgo podría
visualizarse en etapas. La primera etapa sería la forma de leer esos libros de
caballería. El narrador dice que leía “con afición y gusto” y en este
aspecto no encontramos ninguna dificultad, ya que cualquiera puede leer así y
no por eso volverse loco. Sin embargo hay algo extraño en su lectura porque
olvida su hacienda, sus obligaciones y su entretenimiento habitual. Lee y algo
se transforma en su realidad. El problema está en que tiene mucho tiempo
ocioso; tiempo libre e improductivo; tiempo de evasión y no de creación. El
personaje lee como si eso que leyera fuera real. No está leyendo ficción, está
leyendo historia, su historia, la de sus antepasados. En unas palabras: lee
“con afición y gusto” y olvida su vida presente. Aquello que le recuerda lo que
no ha hecho, y lo que sí han hecho sus antepasados (o al menos imagina que han
hecho).
Pero eso forma de leer pasa a una nueva etapa: lee
“con curiosidad y desatino” y esto lo lleva a vender parte de su hacienda para
acceder a más libros. La lectura con curiosidad no hace a la locura, sino que
es sana si hace con acierto. El problema es que el hidalgo lo hace con
“desatino”, es decir interpretando lo que le parece, pierde la razón de la
obra, el núcleo, lee lo que quiere leer, porque esas historias hablan de él o
de lo que él desearía ser, aunque él aún no se ha percatado de ello.
Pero el narrador se burla de su personaje porque le
muestra al lector qué es lo que el hidalgo se desvive por entender. Cervantes,
a través del narrador, critica la prosa rebuscada y recargada de los libros de
caballería; sugiriendo, ingeniosamente que cualquiera que los leyera e
intentara entenderlos se volvería loco. Cita así un fragmento para que el
lector comprenda el estilo de estos libros, destinados a confundir, floreándose
en la repetición de palabras o en polípotes (que es cuando se conserva la raíz
de una palabra pero se cambia la terminación “merecimiento que merece”) que
suenan bonito pero no dicen nada. Sin embargo, el hidalgo, lector también,
considera hermosas estas narraciones “por la claridad de su prosa”. Es
precisamente en esa perspectiva de miradas donde se aprecia el desatino. Lo que
para cualquiera resulta recargado e incomprensible, a él le parece claro,
incluso “le parecían de perlas”, metáfora que sugiere la brillantez y la
preciosidad de aquella forma de decir. Es la musicalidad y el desafío por
comprender lo incompresible, lo que hace que él mantenga ocupada su mente, y
por lo tanto esta lectura viene a llenar el vacío que el personaje tiene
dentro.
Irónicamente, el narrador ubica al lector en una
nueva etapa del hidalgo: “desvelábase por entenderla y desentrañarles el
sentido”. La ironía se presenta al mencionar a Aristóteles, padre del
racionalismo, que aun cuando resucitara tan sólo para tratar de entender esa
prosa y tuviera todo el tiempo para hacerlo, no lograría encontrar algo lógico
en ella. Pero el hidalgo descuida una necesidad básica, el dormir, para
intentar entender. Su mente vuela perdiéndose en el laberinto de las palabras.
Vale apreciar la forma en que el narrador abre
diferentes dimensiones en la lectura. Dice el mismo: “con estas razones perdía
el pobre caballero el juicio”. Por un lado nos asegura que se está volviendo
loco, pero por otro utiliza la palabra “caballero” que en este contexto
adquiere una dimensión importante. El que pierde el juicio es el hidalgo que
aún no ha decidido convertirse en caballero. Sin embargo el narrador utiliza
esa palabra en un sentido común, dejando abierto el sentido de clase noble
guerrera, que es a lo que querrá acceder. De esta forma el cuestionamiento de
su locura empieza a plantearse: ¿es caballero o es hidalgo? ¿o es las dos
cosas? ¿está loco o es un ser que quiere reinventarse? ¿es loco querer
reinventarse y cambiar la vida ociosa que se lleva? Si es un hidalgo y sus
antepasados eran guerreros, ¿está mal querer comprender ese pasado que hace a
su identidad? Existen algunos cuestionamientos más que se van abriendo a medida
que el narrador afirma su locura y el lector empieza a reflexionar sobre ella.
Pero aún no ha llegado a la profundidad de este
proceso, porque el personaje cuestiona la verosimilitud de estas
novelas. Es decir, aún puede diferenciar la realidad de la ficción. Los
caballeros que él lee deberían estar llenos de heridas y cicatrices, porque
después de tantas batallas no existe mago que pudiera borrar lo que han vivido.
No es creíble que sigan siendo gallardos y perfectos después de tantas luchas.
Sin embargo, lo que le gusta de esas novelas es que nunca terminen, es
decir la promesa de un “continuará”, porque esto le permite imaginar, esperar
la próxima aventura. En una palabra, le permite ser parte de esas aventuras
imaginando su continuación, le abren una puerta a un mundo creativo posible.
Tanto es así que a él le hubiera gustado ser el escritor de esas
continuaciones, pero no puede, porque “otros mayores y continuos pensamientos”
no se lo permitían. No se contenta con ser escritor, eso sería posible y
lógico, pero dentro de él está la idea de ir más allá, él quiere ser
protagonista, personaje de su vida, igualándola con una novela. Si la realidad
no es como las novelas, eso no importa, porque creerá que bastará con nombrar
las cosas tal como las leyó, para que la realidad se transforme en el mundo de
caballería.
El narrador también nos deja claro que la lectura de
estas novelas no es exclusividad del hidalgo. Todos en la época leen esas
novelas y las comentan, son el entretenimiento del momento. El vulgo discute
quién es mejor caballero, quién es más valiente, quién es el preferido; y en
estas discusiones el hidalgo también toma parte en éstas. Si el vulgo lee novelas
de caballería, y estas son tan nocivas para los lectores ¿por qué no se han
vuelto locos más personajes? Porque no todos son hidalgos, y no todos leen como
este hidalgo, ni tienen tiempo ocioso para alienar en esta lectura. El cura
tiene obligaciones al igual que el barbero, son hombres de pueblo, no tiene en
su historia un pasado guerrero que rescatar; por lo tanto leen para
entretenerse.
Casi al final del proceso, el narrador nos muestra
cómo el personaje pierde el juicio: “se enfrascó tanto en su lectura, que se le
pasaban las noches leyendo de claro en claro y los días de turbio en turbio; y
así del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro”. Esta cita es
emblemática en este proceso, porque ahora el hidalgo perdió toda conexión con
sus necesidades básicas, y sobre todo las del sueño. Esto resulta interesante
si se piensa que en el dormir habita el sueño, y el hidalgo no necesita eso ya
que sueña despierto; lo que le hace perder la noción de la realidad. El
narrador omnisciente, que juega a conocer todo lo que piensa el personaje y
elige no saber cuál es el nombre, ni de dónde viene exactamente, plantea en una
figura literaria, este proceso: “las noches de claro en claro y los días de
turbio en turbio”. Todas las palabras aquí son polisémicas (tienen muchos
sentidos). En primer lugar utiliza un paralelismo antitético (la misma
estructura gramatical y sus términos son contrarios) contraponiendo
noches/días. Y a su vez plantea la antítesis “noches/claro” y “días/turbio”. La
noche, momento de los sueños, donde todo es confuso, el hidalgo está claro, y a
su vez pasa de “claro en claro”, es decir leyendo toda la noche a la luz
artificial de la vela. Y los días que naturalmente tienen la claridad, el
hidalgo se pasa “de turbio en turbio”, porque su mente está confusa con la
fantasía que se asienta en su cabeza. El final de esto es predecible: la
confusión de realidad y la fantasía. Y tan profundo es esto en el personaje
que elegirá la segunda por sobre la primera. Por ello el narrador concluye con
la metáfora “se le secó el cerebro”, es como si hubiera exprimido y desechado
todo lo que de razón quedaba en él.
Todo lo que leía pasa ahora a ser real, el sueño
(emperador de la noche) reina ahora en el día. Enumerando lo que leía, el
narrador coloca al lector en el caos de la mente del hidalgo, porque esta
enumeración es caótica, sin razones de jerarquía: “encantamientos como de
pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y
disparates imposibles”. Con este recurso el narrador nos presenta una suerte de
“zapping” de fragmentos “emocionantes” que empiezan a entreverarse en la mente
del hidalgo y que dan la idea den el lector de cómo todo se comienza a mezclar.
Para el hidalgo es verdad, “aquella máquina de aquellas sonadas soñadas invenciones
que leía”. La metáfora de la máquina nos sugiere que algo empieza a funcionar
dentro de él, algo novedoso que se ha ido construyendo meticulosamente; y el
motor son las “sonadas soñadas invenciones” porque aquella comenzó en la
sonoridad de una prosa para transformarse en sueños incontrolables para el
protagonista.
La fantasía pasa a ser más cierta que la realidad.
Le gusta más aquellos personajes alejados de la realidad como el Caballero de
la Ardiente Espada, antes que el Cid, personaje histórico. El personaje
ficticio, además, ha hecho hazañas más fantásticas como ser partir en dos a
“descomunales gigantes”.
Pero su imaginación no solo elige la fantasía, sino
que elige mezclar épocas. Le gusta el caballero que ha utilizado una
estratagema de Hércules. Así se mezclan la época medieval con los mitos
griegos. Culturas diferentes, épocas distintas, personajes ingeniosos que han
aprendido a valerse del “pasado” y hacerlo “presente”.
Otra característica que le gusta es la del Gigante
Morgante, porque si bien en apariencia es una cosa, en esencia es lo contrario,
no es como todos “soberbio y descomedido”, sino “afable y bien criado”. De la
misma manera, él, Alonso Quijano el bueno, no se transformará en asaltante de
camino, sino que elegirá potenciar su condición de bueno transformándose en
caballero para impartir justicia, no importa si parece un personaje burlesco y
anacrónico. No es lo que parece lo que importa sino lo que es, igual que el
gigante Morgante.
No sólo mezcla todo lo antes dicho, sino también
religiones. Reinaldo de Moltaban roba un ídolo de Mahoma. Así que aquellos
caballeros cristianos, limpios de espíritu, también estarán entreverándose en
la religión budista.
Pero una sola cosa es “traidor”, Galalón, personaje
de ficción y el ama y su sobrina, personajes de la realidad. El enemigo es la
realidad, y el personaje se sentiría feliz si pudiera castigarla.
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Muy bueno. Gracias.
ResponderEliminarExcelente
ResponderEliminarMe gustó su análisis de cómo el ingenioso hidalgo se volvió loco leyendo novelas de caballerías. y aún más, me ayudó con respecto a la crítica que hace Cervantes a través de su personaje, Don Quijote.
ResponderEliminarCordialmente,
Bernardo Estrada
Spanish Literature teacher at Murrieta Mesa High School in California
Grax
ResponderEliminarMuchísISISISISISISISISISIMAS GRACIAS :D
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